El Médico Moreno (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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En realidad, era cosa corriente que, cuando algún enfermo llegaba a horas avanzadas, le abría la puerta el doctor mismo para que pasase el quirófano, porque tanto la doncella como el ama de llaves solían retirarse a una hora muy temprana.
La noche de que hablamos, Marta Woods entró en el despacho del doctor a las nueve y media y le encontró escribiendo en su mesa de trabajo. El ama de llaves le do las buenas noches, envió luego a la doncella a dormir y anduvo por su parte atareada en menesteres propios de la casa hasta las once menos cuarto. Daban los once en el reloj del vestíbulo cuando ella se dirigió a su habitación. Llevaba en esta algo así como un cuarto de hora o veinte minutos cuando oyó un grito o una voz de llamada que parecía proceder de interior de la casa. Esperó algún tiempo, pero el grito no volvió a repetirse. Muy alarmada, porque aquella voz había sido lanzada con gran fuerza y apremio, se puso la bata y corrió lo más rápido que le permitieron sus piernas hacia el despacho del doctor. Dio unos golpes en la puerta y le contestó desde adentro una voz:
-¿Quién es?
-Soy yo, señor; la señora Woods.
-Le ruego que no que no me moleste. ¡Retírese inmediatamente a su habitación!-le contestó una voz que, según ella le pareció, era la de su amo. Pero el tono fue tan brutal y tan desacostumbrado, dadas las maneras de doctor que el ama de llaves se sintió sorprendida y lastimada.
-Señor, es que me pareció que había llamado usted -dijo ella a modo de explicación, pero no recibió respuesta alguna.
La señora Woods se fijó, cuando volvía a su cuarto en la hora que marcaba el reloj. Eran las once y media.
Entre las once y las doce (el ama de llaves no podía concretar la hora exacta) acudió una cliente a la consulta del doctor, pero no tuvo repuesta alguna a sus llamadas. La tardía visitante era la señora Madding, esposa del tendero de ultramarinos de la aldea, porque su marido estaba gravemente enfermo de fiebres tifoideas y el doctor Lana le había recomendado que fuese a verle a última hora y le comunicase el estado en que se encontraba el enfermo. Esa señora vio luz en el despacho, pero como nadie respondía a las llamadas que hizo en la puerta del consultorio, llegó a la conclusión de que el doctor había tenido que salir para realizar alguna visita fuera de casa y en vista de ello se marchó.

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