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-¿Dónde se encuentra Oberstein con los planos?
-Lo ignoro.
-¿No le dio alguna dirección?
-Me dijo que si le escribía al hotel Du Louvre, en París, quizá le llegasen las cartas.
-Pues entonces, aún está usted en situación de reparar un mal -dijo Sherlock Holmes.
-Haré todo cuanto esté en mi mano. No precisamente es cariño lo que tengo a este individuo, que ha sido mi ruina y mi caída.
-Aquí tiene papel y pluma. Siéntese a esa mesa y escriba lo que le digo. Ponga en el sobre la dirección que le dio. Perfectamente.
He aquí ahora la carta:
«Querido señor: Refiriéndome a nuestra transacción, habrá usted observado, sin duda y
ahora, que falta en ella un detalle esencial. Dispongo de un dibujo con el cual quedará completo. Sin embargo, esto me ha ocasionado una molestia especial. Y no tengo más remedio que pedirle un nuevo adelanto de quinientas libras. No quiero confiarlo al correo, ni aceptaré nada como no sea oro o billetes. Habría ido a visitarle fuera de Inglaterra, pero el que yo saliese en esta ocasión del país llamaría la atención. Por consiguiente, espero encontrarme con usted en la sala de fumar del hotel Charing Cross, el sábado al mediodía. Billetes ingleses u oro únicamente. Recuérdelo.» Esto producirá efecto, y mucho me sorprendería si no nos entregase a nuestro hombre.
¡Y nos los entregó! Es asunto que pertenece ya a la historia; a esa historia secreta de una nación que suele ser con frecuencia mucho más íntima e interesante que sus relatos públicos. Oberstein, ansioso de completar el golpe maestro de toda su vida, acudió al reclamo, y pudo ser encerrado con seguridad durante quince años en un presidio de Inglaterra. Le fueron encontrados en su maleta los inapreciables planos del submarino Bruce-Partington, que él había puesto a subasta en todos los centros de Europa.
El coronel Walter falleció en la cárcel antes que se cumpliese el segundo año de su condena. En cuanto a Holmes, volvió reconfortado a su monografía sobre Los motetes polifónicos, de Lassus, que posteriormente fue impresa para circular en privado, y que, según dicen los técnicos, constituye la última palabra sobre el tema. Algunas semanas después me enteré de una manera casual que mi amigo había pasado un día en Windsor, de donde regresó con un precioso alfiler de corbata de una esmeralda fina.