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Al preguntarle yo si la había comprado, me contestó que era un regalo que le había hecho cierta generosa dama en interés de la cual había desempeñado un pequeño encargo con bastante fortuna. Nada más me dijo; pero yo creo que podría adivinar el nombre de aquella dama augusta, y tengo muy pocas dudas de que el alfiler de esmeralda le recordará para siempre a mi amigo la aventura de los planos del submarino Bruce-Partington.