Cyrano de Bergerac (Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol) Libros Clásicos

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cohetes que habían atado en torno de la máquina os elevaron a tanta altura
que todos los allí presentes os habían perdido de vista. Y según ellos me
juraban, os habíais quemado tan completamente, que al caer la máquina al
suelo tan sólo se encontró en ella una pequeñísima parte de vuestras
cenizas». «Señor, estas cenizas -le contesté yo- no eran sino de la
máquina, porque a mí el fuego no me hizo ningún daño. El artificio estaba
atado por la parte de fuera y su calor, por consiguiente, no podía hacerme
daño a mí.
»Por lo demás, ya sabréis vos que tan pronto como se acabó el salitre
y la impetuosa ascensión de los cohetes no conseguía sostener la máquina,
cayó ésta en el suelo. Yo la vi caer, y cuando ya pensaba piruetear con
ella me quedé asombrado viendo que ascendía hacia la Luna. Preciso es que
os explique la causa de tal ascensión que vosotros juzgaréis un milagro.
»El mismo día en que ocurrió este accidente, y como me hubiese
producido algunas heridas, me unté todo el cuerpo con médula de buey; pero
como estábamos en cuarto menguante y en esta situación la Luna atrae a la
médula, sorbió tan golosamente (sobre todo cuando mi caja llegó más allá
de la región media, donde ya no había nubes que interponiéndose
debilitasen la influencia de la Luna) la que revestía mi cuerpo, que éste
no pudo dejar de seguir tal atracción; y os aseguro que continuó
sorbiéndome durante tanto tiempo, que finalmente llegué a ese mundo que
vos llamáis la Luna».
Seguidamente, le conté muy por lo menudo todas las particularidades
de mi viaje, y el señor de Colignac, entusiasmado al oír cosas tan
extraordinarias, me invitó a que las afirmase por escrito.
Yo, que soy amante del ocio, me resistí algún tiempo temiendo las
visitas que probablemente me proporcionaría esta publicación.

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