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En el último de ellos hubo un baile de trajes en casa de Fanny, cosa que no sólo puso a prueba el temperamento de Jessie, sino que constituyó un premio a los muchos sacrificios realizados. Tanto baile era muy malo para las zapatillas, y el par nuevo estaba ya gastado. Pero Jessie esperaba que le durasen hasta la noche, y entonces se compraría unas mejores con el dinero que Fanny le pagase. Le molestaba aceptar aquel pago, pero el salario que ganaba en casa de "Mademoiselle" lo necesitaba en su casa; todo lo que obtenía de otras fuentes lo reservaba para Laura, y sólo muy de tarde en tarde la muchacha gastaba en algo para ella. Aprendía a ser humilde, a amar el trabajo y a agradecer los modestos salarios que ganaba, pensando que se los dedicaba a su hermana; y mientras ocultaba sus pruebas, resistía sus tentaciones y continuaba bravamente con la dura labor que se había impuesto, la bondadosa Providencia, que nos enseña la dulzura de la adversidad, le preparaba una nueva y mejor sorpresa de la que ella podía imaginar. Aquella noche todos estaban muy emocionados, y hacían una gran exhibición de energía mientras las parejas rojas, azules y plateadas realizaban las complicadas figuras, con extraordinario éxito. Las botas de tacón metálico golpeaban el suelo con ritmo perfecto, las capas adornadas de piel ondeaban, y las chaquetas tocadas con trencillas brillaban, mientras el alegre grupo bailaba al son de la bárbara música de una improvisada banda. Jessie miraba con ojos tan anhelantes, que Fanny, que estaba aquejada de un fuerte resfriado, le pidió que ocupase su puesto, ya que el movimiento la hacía toser, y poniéndose en la cabeza una gorra roja y plata, Jessie corrió alegremente a dirigirlos.
La diversión aumentó hacia el final, y luego, cuando el baile terminó, se vio en mitad del salón una vieja zapatilla, completamente destrozada. Estaba en tan mal estado, que nadie se acercó a reclamarla, cuando uno de los muchachos la pinchó con la punta de su espada, exclamando alegremente:
-¿Dónde está Cenicienta? Aquí está su zapato, y es hora ya de que se compre un par nuevo. Ahora ya no se usa el cristal. Todos rieron y buscaron con los ojos el pie descalzo. Las muchachas que tenían los pies pequeños los mostraron prontamente; las que no los tenían los ocultaron en aquel momento, y no se presentó ninguna Cenicienta para reclamar la vieja zapatilla.