Jerseys, o el fantasma de las niñas (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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.. Lo haré yo misma, y sé que Julia me ayudará. Es la más valerosa de ustedes y no por nada ha desarrollado sus músculos -sugirió Sally, decidida a que ambas se llevaran toda la gloria de la captura, si era posible.
Halagada por el cumplido, Julia no rechazó la invitación, pero formuló una sugerencia muy sensata, que fue un gran alivio para las temerosas hasta que Sally agregó una nueva fantasía para asustarlas.
-Quizás sea una de las criadas, que está enamorada... Myra es sentimental y se lo pasa cantando canciones románticas.
-No es Myra; cuando se lo pregunté, se puso pálida ante la mera idea de ir sola a ninguna parte después de oscurecer, y dijo que la cocinera había visto un espectro que se deslizaba por el Sendero de la Dama, una noche, cuando se levantó en busca de alcanfor porque le dolía la cara. No dije nada más, pues no quería asustarlas... La gente ignorante es muy supersticiosa.
Sally hizo una pausa, y sus amigas intentaron no mostrarse "asustadas" ni "supersticiosas" sin conseguirlo muy bien.
-¿Qué piensan hacer? -preguntó Nelly en tono respetuoso.
-Vigilar como gatos a un ratón, y atacar en cuanto sea posible... Prometan todas no decir nada, así no se reirán de nosotras si resulta ser alguna tontería, como es probable.
-Lo prometemos -replicaron las jóvenes, solemnes y muy impresionadas con la emoción del momento.
-Muy bien. Ahora, no hablen ni piensen en esto hasta que informemos, o nadie podrá pegar un ojo -previno Sally, al salir con su aliada tan tranquila como si después de haberlas asustado así, pudieran olvidar el asunto ante una mera orden.
El juramento de silencio fue cumplido, pero las lecciones sufrieron y también el sueño, pues la excitación era considerable, especialmente por la mañana, cuando las vigías informaron de los sucesos de la noche, y al anochecer, cuando se turnaron para montar guardia. Hubo mucho re­vuelo de camisones por el corredor, mientras las niñas se dirigían a formular preguntas, cada día temprano, o se escabullían hacia sus dormitorios, mirando atrás en busca del espectro.
La señorita Orne observó los susurros, gestos y confabulaciones, pero nada dijo, pues Madame le había confiado que las jovencitas le preparaban un regalo de despedida. Por eso se mantuvo ciega y sorda, y sonrió ante la actitud importante de sus juveniles admiradoras.

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