Los Muchachos de Jo (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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-Sí, a veces los jóvenes son precisamente todo lo contrario de lo que uno se creía; así es que no podemos asegurar nada -dijo la señora Meg, dando al mismo tiempo un suspiro-. Todos deseamos que nuestros hijos sean hombres buenos y útiles, y que nuestras hijas sean también buenas y hacendosas, y es muy natural que deseemos que lleguen a ser célebres; pero esto es algo más difícil. Son como nuestra pollada, que va detrás de la gallina; unos con las patas cortas y otros con las patas largas; los unos con aire de grandísimos estúpidos, y los otros revoltosos y listos. Esperaremos a que crezcan y veremos el cambio que hay en ellos.
Y como precisamente Ted se parecía a uno de esos pollos zancudos, no pudieron, por menos, que echarse todos a reír al ver la cara que puso al hacer la señora Meg esta comparación.
-Yo ya quisiera ver a Dan establecido; porque "piedra que rueda no cría musgo"; ya tiene sus veinticinco años y todavía anda por ahí, sin haber encontrado nada positivo - y la señora Meg contestó con una afirmación de cabeza a su hermana. -Dan terminará por encontrar pronto lo que busca, porque la experiencia es el mejor maestro del mundo. Aun está un poco tosco, aunque cada vez que viene al pueblo lo encuentro algo más pulido. No será nunca gran cosa, ni llegará taro poco a reunir una fortuna; pero si de aquel muchacho medio salvaje conseguimos hacer un hombre laborioso y honrado, no habremos conseguido poco, y yo, por mi parte, quedaré muy satisfecha -dijo la tía Jo, que no dejaba nunca de defender a las ovejas negras de su rebaño.
-¡Esto está muy bien; mamá está también de parte de Dan! Vale por doce Jacks y por doce Neds, que andan por ahí desesperados por hacerse pronto ricos, y que parece que todo se lo quieren tragar - dijo Teddy entusiasmado, porque le gustaba mucho oír contar a Dan sus aventuras cuando de tiempo en tiempo volvía al pueblo.
-Es posible - dijo Tommy algo pensativo -. Quién sabe si algún día oiremos decir que con un madero y un solo remo se tiró por el Niágara, o que encontró alguna pepita de oro colosal en California.
-¡Algo hará, no se burle usted! -dijo la tía Jo, enfáticamente-. Yo he preferido que mis muchachos conozcan el mundo de esa manera, que no dejarlos abandonados en las grandes ciudades llenas de tentaciones, donde pierden lastimosamente el tiempo, el dinero, la salud y muchas veces la vida.

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