Los Muchachos de Jo (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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Había abierto el colegio en mal año; todo iba mal en Plumfield; los negocios estaban paralizados, la gente emigraba, abundaban las enfermedades y hasta Jo estuvo mucho tiempo enferma. Laurie y Amy se encontraban viajando por el extranjero, y los Bhaers eran muy orgullosos para pedir protección a nadie. Obligada a permanecer recluída en su cuarto, Jo se desesperaba al ver la estrechez y penuria en que se veían, hasta que, ya cansada de cavilar, comprendió que la única salvación era recurrir a la pluma. Precisamente conocía a un editor que necesitaba un libro para señoritas, y sin perder momento empezó a emborronar cuartillas, relatando en ellas algunas escenas y aventuras de su vida, y de sus hermanas, por más que su fuerte eran los chicos; por eso, cuando las envió al editor, una vez terminadas, tenía pocas esperanzas de éxito.
Pero a Jo le pasaba siempre lo contrario de lo que ella esperaba. En el primer libro que escribió había trabajado años enteros, y creía que se iba a hacer rica con él. En total no le produjo más que unos cientos de dólares; y en cambio, aquel libro escrito de prisa y en el que no confiaba gran cosa, le produjo una pequeña fortuna y le dio mucha gloria.
Con lo de la gloria era con lo que ella no estaba muy conforme, porque decía que aquello no era más que un poco de fama; porque para alcanzar gloria se necesitaba hoy día encontrar un gran fuego que produjera gran cantidad de humo; pero el dinero le venía muy bien porque con él resolvía un problema cuya solución no veía antes por ningún lado.
La felicidad era completa; aquella mujer tan trabajadora volvía a la vida, sus sueños de muchos años quedaban realizados; su madre, "su viejecita", como ella le llamaba, podía ya estar tranquila y pasar con comodidad los años que le quedaran de vida; Dios la había oído y premiado su laboriosidad.
Pero todas las cosas tienen en este pícaro mundo sus ventajas y sus desventajas, y después de pasadas las primeras impresiones de alegría, principió Jo a cansarse del renombre, porque esto la privaba de la libertad que ella tanto quería. El público admirador se apoderó en seguida de ella, y de todos sus asuntos, pasados, presentes y venideros. Gente desconocida venía a cada momento a veda para importunarla con sus preguntas, consejos, felicitaciones y, advertencias.

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