Los Muchachos de Jo (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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-No, señora, no; no hay nada por el momento; ando muy atareado con otro género de asuntos para ocuparme de esas necedades, como las llama Teddy -contestó Dan, dando un hábil giro a la conversación, como si estuviera ya cansado de sentimentalismos.
La tía Jo principió a hablar entonces del talento y la aplicación de sus muchachos hasta que entraron éstos saltando de gozo, y se abrazaron a Dan, a cuyo grupo se unió el profesor que seguía detrás. Todos hablaban a la vez, y sus lenguas se movieron durante un buen rato con la misma ligereza que se mueven las aspas de un molino de viento. Después de tomar el té, principió Dan a recorrer el comedor en todas direcciones, sin dejar de hablar, asomando de vez en cuando la cabeza por la ventana para respirar más aire, porque sus pulmones parecía que necesitaban mucha más cantidad que la que necesitan los de los hombres civilizados.
En una de sus vueltas vio aparecer en la puerta una figura blanca, y se detuvo un momento para contemplarla. Bess se detuvo también porque reconoció de pronto a su viejo amigo, e, inconsciente de la hermosa figura que hacía en aquel momento, alta y delgada, destacándose del fondo oscuro por la blancura del chal que traía sobre los hombros y por lo dorado de sus cabellos, exclamó después de un momento
-¿Es Dan? - Y entró precipitadamente, alargándole antes de llegar a él la mano, dibuján­dose en sus labios una graciosa sonrisa de bienvenida.
-El mismo, ¡pero si casi no te conozco, princesa! Al verte aparecer en la puerta, tan guapa y radiante de luz, creí de pronto que eras un espíritu -contestó Dan mirándola de arriba abajo con gran admiración y dulce sorpresa dibujadas en su cara.
-Si, he crecido mucho, pero tú estás completamente cambiado-; y Bess contempló con alegría de niña la pintoresca figura que tenía delante y que formaba contraste con las personas elegantes que había a su alrededor.
Antes de que pudiera hablar una palabra más, entró Josie corriendo, y, sin reparar en que ya era una mocita que había pasado de los trece años, dejó a Dan que la levantara en alto y que la besara repetidas veces como a un niño, hasta que él, por último, se dio cuenta de esto y exclamó con desaliento:
-¡Cuánto has crecido, chiquilla! ¡Pues qué voy a hacer yo ahora sin tener ningún niño con quien jugar como antes! Teddy se ha estirado más que lo que se estiran los tallos de las habichuelas; Bess está hecha una señorita, y tú vas ensanchando por todas partes que es una bendición de Dios, pero que es una desgracia para mí.

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