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Discretamente, se detuvo al desaparecer Brooke, pero alcanzaba a ver y a oír y, siendo soltero, se divirtió mucho con la situación. En la cocina reinaba la confusión y la grima: una edición de la jalea chorreaba de cacerola a cacerola, otra yacía ignominiosamente en el suelo, y la tercera se quemaba tranquilamente en el fuego sin que nadie se preocupase. Con su flema teutona, Lotty comía pan con vino de grosella, pues la jalea estaba aún en estado irremisiblemente líquido. A todo esto, la señora de Brooke, sentada, sollozaba, lúgubremente.
-;Queridísima muchacha! ¿Qué es lo que pasa? -gritó Juan con visiones terribles de malas noticias, sin contar la consternación al pensar en el invitado que había quedado en el jardín.
-;Ay, Juan, estoy cansadísima, enojada y preocupada! ¡Me he pasado todo el día luchando hasta quedar exhausta! -Y la agotada amita de casa se arrojó sobre el pecho dándole una dulce bienvenida en todo el sentido de la palabra.
-Pero ¿qué es lo que te pasa, querida? ¿Ha ocurrido algo malo? -preguntaba inquieto Juan, besando con ternura la punta de la cofia de su mujer.
-¡Sí! -suspiró Meg con tono de desesperación.
-Dímelo pronto, entonces. ¡No llores, porque puedo soportar todo menos eso! ¡Vamos! ¡Desembucha, amor mío! -insistió Juan, con muy poca elegancia.
-;La... jalea no... cuaja y yo no sé ya qué hacer!...
Juan Brooke se rió en aquel momento como nunca se atrevió a hacerlo después y el burlón del señor Scott sonrió involuntariamente al oír aquella carcajada estruendosa que puso el toque final a la desesperación de la pobre Meg.
-¿Eso es todo, querida? Pues tírala por la ventana y te la compraré por kilos si la deseas, pero, por Dios, no te pongas histérica, porque he traído a Jack Scott a comer y .. .
Juan no pudo continuar, pues Meg lo rechazó y cruzó las manos con gesto trágico, exclamando con tono en que se mezclaban la indignación, el reproche y la pena:
-¡Un hombre a comer y todo patas arriba! Juan Brooke. ¿Cómo has podido hacerme esto?
-¡Sh... silencio, que está en el jardín!... Me olvidé completamente de la maldita jalea, y ahora no me puedo echar atrás -expresó Juan contrito, pero contemplando inquieto aquel barullo.
-Debías haberme hecho avisar o habérmelo dicho esta mañana... Y de todos modos, debiste acordarte de la faena que tenía yo hoy -continuó Meg con aspereza-, pues aun las palomitas pican cuando se las irrita.