Las Mujercitas se casan (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

Página 136 de 229

-¡Qué bueno eres conmigo, Laurie! -exclamó Amy agradecida-. De haber sabido que venías hoy, hubiese preparado un regalito, aunque me temo no tan fino como éste.
-Gracias igual; esto no es todo lo que tú mereces, pero tú lo has mejorado -agregó él cerrándole el broche de la pulsera en la muñeca.
-No me digas esas cosas...
-Creía que te gustaba ese tipo de cumplidos.
-No dichos por ti no parecen naturales como cuando tú lo dices, pero prefiero tu franqueza de antes.
-Me alegro -contestó Laurie con una mirada de alivio; luego abotonó los guantes de Amy y le preguntó si tenía derecha el moño de la corbata, igual que antes cuando iban a fiestas juntos.
La concurrencia reunida en el gran salón aquella noche era tal como no puede darse sino en Europa. Los hospitalarios americanos habían invitado a cuanto conocido tenían en Niza y se habían conseguido varios títulos nobiliarios para dar lustre a su baile de Navidad.
Un príncipe ruso había consentido en sentarse en un rincón durante una hora y conversar con una voluminosa señora vestida como la madre de Hamlet, de terciopelo negro con una brida de perlas por debajo del mentón. Un condecito polaco, de dieciocho años, se dedicaba a las damas, que lo proclamaron "un amor", y una Serenísima Alteza alemana, habiendo asistido únicamente por la comida, vagaba sin rumbo buscando qué devorar. El secretario privado del barón Rothschild, un hombre alto, sonreía afablemente a todo el mundo, exac­tamente como si el nombre de su patrón lo coronase a él de una aureola de oro; un francés gordo, que conocía al emperador, había venido a satisfacer su manía por el baile, y lady Jones, una matrona inglesa, adornaba los salones con su familia de ocho vástagos. Naturalmente que había buen número de chicas americanas de voces chillonas, de inglesas bonitas y desanimadas y unas pocas señoritas francesas, feúchas pero graciosas.
Cualquier chica joven se podrá imaginar el estado de ánimo de Amy cuando "entró en escena" del brazo de Laurie. Sabía que estaba bien, le encantaba bailar, se sentía muy cómoda en un salón y gozaba con el delicioso poderío que siente una muchacha cuando descubre el nuevo y precioso reino que está llamada a gobernar por virtud de la belleza, de la juventud o simplemente por el hecho de ser mujer. Compadeció de nuevo a las chicas de Davis, que eran torpes, feas y que por todo compañero tenían un padre adusto y tres tías solteronas más adustas aún; así que, al pasar, las saludó con su sonrisa más cordial, ¡y qué curiosidad tuvieron por saber quién sería aquel amigo de aspecto tan distinguido! Cuando la banda rompió a tocar se acentuaron los colores del rostro de Amy, le brillaron los ojos y los pies marcaron el paso sobre el piso, pues bailaba bien y quería que Laurie lo supiese; sintió por lo tanto un "shock" cuando él le dijo con mucha pachorra:

Página 136 de 229
 


Grupo de Paginas:             

Compartir:




Diccionario: