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Autócrata resuelto, hombre despótico, había impuesto triunfalmente su voluntad de centralización al país antes dividido, prescrito el orden al Estado, las costumbres a la sociedad, la etiqueta a la corte, la unidad a la fe, la pureza al idioma. De su persona partían los rayos de esta voluntad de unificación, y, por tanto, hacia su persona debía volverse después toda la gloria. «Donde yo estoy, a11í está el Estado: donde yo habito es el punto central de Francia, el ombligo del mundo»: para hacer sensible esta carencia de límites en sus poderes, el Roi-Soleil trasladó con toda su intención su residencia lejos de París. Precisamente, con situar su palacio en completo despoblado, muestra que un rey de Francia no necesita la ciudad, los burgueses, las masas, como soporte o marco de su poder. Basta que extienda su brazo y ordene para que al punto, hasta de las lagunas y arenales, surjan jardines y bosques, cascadas y gr utas en tomo al más bello a imponente de los palacios; desde este punto astronómico que su albedrío ha elegido arbitrariamente. sale y se pone de ahora en adelante el sol de su Imperio. Versalles ha sido construido para probar simbólicamente a Francia que el pueblo no es nada y el rey lo es todo.
Pero la fuerza creadora no va nunca unida sino a aquel hombre que está lleno de vida; sólo es hereditaria la corona, no la potencia y majestad en ella contenidas. Estrechos de alma, débiles de sentimientos o buscadores de goces, en vez de crea dores, Luis XV y Luis XVI heredan el dilatado palacio, el Es tado fundado sobre tan grandes bases. En to exterior, bajo su dominio todo permanece intacto: las fronteras, el idioma, las costumbres, la religión, el ejército; con demasiada fuerza ha impuesto su forma aquella enérgica mano para que lo hecho por ella pueda ser borrado en cien años; pero pronto a las formas les falta contenido y a la hirviente materia el impulso creador. Bajo Luis XV no cambia nada el aspecto de Versalles, pero sí su significación; aún, como siempre, verbenean con magníficas libreas tres mil o cuatro mil sirvientes por los pasiIlos y patios de palacio; aún, como siempre, hay dos mil caballos en las caballerizas; aún, como siempre, funciona con bien aceitadas chamelas el aparato artificial de la etiqueta en todos los bailes, recepciones, redoutes y mascaradas; aún, como siempre, se pavonean por la Galería de los Espejos y las estancias centelleantes de oro caballeros y señoras con suntuosos trajes de brocado, de seda plisada, cubiertos de piedras preciosas; aún, como siempre, es ésta la más célebre, la más refinada y la más culta de todas las cortes de la Europa de entonces.