María Antonieta (Stefan Zweig) Libros Clásicos

Página 34 de 391

Ahora, en invierno, no abandones esta ocupación, ya que no posees a fondo ninguna otra: ni música, ni dibujo, baile, pintura o cualquier otra arte bella.» Por desgracia, María Teresa tie ne motivos para desconfiar, porque su Toinette, de un modo al mismo tiempo ingenuo y hábil, sabe seducir tan por completo al abate Vermond -¡claro que no se puede obligar a una delfina a que haga alguna cosa o imponerle un castigo!-que la hora de lectura se convierte siempre en una hora de charla; aprende poco, o nada, y su madre, con todas sus apremiantes admoniciones, no consigue dirigirla hacia ningún trabajo serio. Su recto y sano desenvolvimiento ha sido perturbado por su matrimonio, forzado y precoz. Mujer por su título, pero en realidad siempre una niña, María Antonieta debe, por una pane, presentarse ya conforme a su dignidad y categoría mayestáticas, pero. por otra, debería. en un banco de la escuela, aprender los más elementales conocimientos de instrucción primaria: ya se la trata como a una gran dama, ya se la reprende como a una niña. La dama de honor exige de ella el porte de su alcurnia: la, tías, que intrigue: su madre, que se instruya; mas su juvenil corazón no quiere otra cosa sino vivir y ser joven, y en esta contradicción entre la edad y la categoría, entre su propia voluntad y la de los otros, se origina. en este natural aún no evolucionado aunque siempre por completo honrado. aquella irreprimible inquietud y ansia de libertad que más tarde han de determinar, de un modo tan nefasto, el destino de María Antonieta. María Teresa conoce al detalle esta peligrosa y dañina situación de su hija en la corte extranjera: sabe también que aquella criatura demasiado joven, frívola y ligera, nunca estará en disposición de evitar por su propio instinto todas las trampas de la intriga y las celadas de la política de palacio. Por ello le ha dado como fiel consejero a la mejor persona que posee entre sus diplomáticos, al conde de Mercy. «Temo mucho -había escrito la emperatriz con asombrosa franqueza a su representante- la excesiva juventud de mi hija, la demasía de lisonjas en torno suyo, su pereza y su falta de gusto por toda actividad seria, y recomiendo a usted. ya que tengo en su persona plena confianza, que vigile para que no vaya a caer en malas manos.» La emperatriz no hubiera podido hacer mejor elección. Belga de nacimiento, pero totalmente adicto a su soberana: hombre de corte, pero no servil cortesano: sereno de pensamiento, pero no frío: lúcido, aunque no genial, este solterón, rico y sin ambiciones, que no desea otra cosa en la vida sino servir plenamente a su soberana, toma a su cargo este puesto tutelar con todo el tacto imaginable y la más conmovedora fidelidad.

Página 34 de 391
 

Paginas:
Grupo de Paginas:                   

Compartir:



Diccionario: