María Antonieta (Stefan Zweig) Libros Clásicos

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Con lágrimas de cólera en los ojos promete al embajador que un día determinado, en una partida de juego, dirigirá la palabra a la Du Barry. Mercy respira profundamente. ¡Gracias a Dios! La alianza está salvada.
Una función de gala de primera categoría espera ahora a los íntimos de la corte. De boca en boca pasa la misteriosa notifi cación: hoy, por la noche, la delfina dirigirá al fin por primera vez, la palabra a la Du Barry. La escena está dispuesta con todo cuidado y la réplica convenida anticipadament e. Por la noche, en el salón de juego -así está acordado entre el embajador y María Antonieta-, al final de una partida, Mercy se acercará a la condesa Du Barry a iniciará con ella una pequeña conversa ción. Entonces, siempre como por casualidad, pasará por a11í la delfina, se acercará al embajador, lo saludará y, en esta ocasión, dirá también algunas palabras a la favorita. Todo está excelentemente planeado.
Mas por desgracia fracasa la representación, porque las tías no consienten que su aborrecida riva l obtenga este público buen éxito; se conciertan por su parte, para hacer caer anticipadamente el telón de hierro antes de que llegue el turno del dúo de la reconciliación. Con el mejor propósito. María Antonieta se dirige por la noche a la reunión: la escena está preparada: Mercy. según el programa, toma a su cargo el comienzo. Como por casualidad, se acerca a madame Du Barry y traba con ella una conversación. Mientras tanto, precisamente como fue convenido, María Antonieta comienza a dar la vuelta al salón. Charla con esta dama. ahora con la siguiente, luego con la que viene tras ésta, prolongando quizás un poco este último coloquio, por miedo, por excitación y por enojo; ahora sólo queda todavía una dama, la última, entre ella y la Du Barry; dos minutos, un minuto, y tiene ya que haber llegado junto a Mercy y la favorita. Pero en este momento decisivo, madame Adelaida, la principal azuzadora entre las tres tías, ejecuta su gran coup. Se dirige severamente a María Antonieta y le dice imperativamente: «Es hora de que nos retiremos. ¡Ven! Tenemos que esperar al rey en la habitación de mi hermana Victoria». María Antonieta, cogida de improviso, sorprendida, pierde los ánimos; espantada como está, no osa decir que no, y por otra parte, no tiene bastante prese ncia de ánimo para dirigir a toda prisa cualquier frase indiferente a la Du Barry, que sigue esperando. Se ruboriza, se embrolla, y se aleja de a11í corriendo más bien que andando, con lo cual el anhela do saludo, el saludo de encargo, obtenido diplomáticamente y comprometido entre cuatro, no llega a ser pronunciado.

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