María Antonieta (Stefan Zweig) Libros Clásicos

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Todo el mundo se queda de una pieza. La totalidad de la escena ha sido preparada en vano; en lugar de una reconciliación, no se ha conseguido más que un nuevo escarnio. Los malignos de la corte se frotan de gusto las manos; hasta en los cuartos de la servidumbre se refiere, entre ahogadas risas, cómo la Du Barry ha esperado inútilmente. Pero la Du Barry echa espumarajos, y, lo que es más grave, Luis XV cae en una manifiesta cólera. «Ya veo, seño r Mercy -le dice rencorosamente al embajador-, que sus consejos no tienen ninguna influencia. Es necesario que arregle el asunto por mí mismo.»
El rey de Francia está iracundo y pronuncia amenazas; madame Du Barry se enfurece en sus habitaciones; vacila toda la alianza franco-austríaca; la paz de Europa está en peligro. Al instante anuncia a Viena el mal giro del asunto. Ahora la empe ratriz tiene que emplear todo el peso de su autoridad. Ahora María Teresa misma tiene que intervenir, porque sólo ella, entre todas las criaturas humanas, tiene el poder sobre aquella niña obstinada. María Teresa está extraordinariamente asustada con los acaecimientos. A1 enviar a su hija a Francia tuvo la honrada intención de evitar a su niña el turbio ejercicio de la política, y desde el principio escribe a su embajador: « Confieso abiertamente que no deseo que mi hija adquiera ninguna influencia decisiva en los asuntos públicos. He aprendido por mí misma qué pesada carga es el gobierno de un gran imperio, y, además, conozco los pocos años y la ligereza de mi hija, unido con su falta de afición a cualquier trabajo serio (y que, además, no tiene todavía conocimiento de nada); todo esto no me permite esperar nada bueno para el gobierno de una monarquía tan decaída como la francesa. Si mi hija no logra que mejore esta situación, o si llega a hacerse peor, prefiero que se culpe de ello a cualquier ministro y no a mi hija. Por ello no puedo decidirme a hablarte de política y asuntos de Estado».
Pero esta vez -¡fatalidad!- la trágica anciana tiene que ser infiel a sí misma, pues María Teresa, desde hace algún tiempo, tiene graves preocupaciones políticas. Un asunto oscuro y no muy limpio se está tramando en Viena. Hace ya meses que, de parte de Federico el Grande, a quien ella od ia como al verdadero emisario de Lucifer sobre la tierra, y de Catalina de Rusia, de quien también desconfía fundamentalmente, se le ha hecho la triste proposición de un reparto en Polonia, y la entusiasta aprobación que esta idea encuentra en Kaunitz y en su corregente José II perturba desde entonces la conciencia de la emperatriz.

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