Las amistades peligrosas (Choderlos de Laclos) Libros Clásicos

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Por fortuna yo me había abandonado de tal modo que también lloraba, y volviendo a coger sus manos las bañé de lágrimas. Esta precaución era muy necesaria, porque ella estaba tan preocupada de su pena, que no se habría percatado de la mía si no hubiera yo empleado este medio de advertirla. Gané con esto, además de considerar a mi placer aquel rostro encantador, hermoseado con el poderoso atractivo de las lágrimas. Mi cabeza se exaltaba, y era ya tan poco dueño de mí mismo, que estuve tentado de aprovechar del momento.
¿Cuánta es, pues, nuestra debilidad? ¿Cuánto el imperio de las circunstancias; pues que yo mismo, olvidando mi proyecto, he arriesgado el perder por una victoria prematura el encanto de un largo combate y los pormenores deliciosos de una penosa conquista; seducido por el deseo de un joven sin experiencia, pensé exponer al vencedor de la señora de Tourvel a no recoger como fruto de su trabajo sino la insípida ventaja de haber logrado una mujer más? ¡Ah! ríndase enhorabuena, pero después de combatir; sin fuerzas para vencer, téngalas para resistir, saboree a placer la sensación de su debilidad y véase obligada a convenir en que ha sido rendida. Dejemos al cazador furtivo matar al ciervo por sorpresa, al noble cazador debe forzarle, rendirle. Mi plan es sublime, ¿verdad? Pues tal vez ahora estaría yo sintiendo el no haberlo seguido si el azar no hubiese ayudado a mi prudencia.
Oímos ruido hacia el salón. La señora de Tourvel, asustada, se levantó precipitadamente, tomó un candelero y salió. Preciso era dejarla. Era sólo un criado. Entonces la seguí; pero apenas di unos pasos, sea que me reconociera, sea por un vago sentimiento de terror apresuró la marcha y se arrojó más que entró en sus habitaciones. Allá iba yo. Pero la llave estaba por dentro. Claro que no llamé. Hubiérale sido muy fácil resistir. Tuve, sí, la feliz idea de mirar por la cerradura y vi a esta mujer adorable arrodillada, bañada en lágrimas y orando con fervor. ¿A qué Dios osará invocar que algo pueda contra el amor? En vano busca ya extraño socorro; yo soy el dueño de su suerte.
Creyendo haber hecho bastante en un día, me retiré a mi cuarto y me puse a escribir a usted. Creí volverla a ver a la hora de la cena, pero mandó a decir que estaba indispuesta y se acostaba.

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