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Sí, en efecto, mis amigos me han hablado de usted; no pueden haberlo hecho sino porque toman interés en lo que me concierne. Aun cuando se hubiesen engañado, no era menos buena su intención, y usted me propone que recompense esta prueba de interés descubriendo su secreto. He cometido el yerro de hablarle de ello y lo advierto bien en este momento; lo que con otro hubiese sido demasiado candor, con usted es una gran imprudencia, si accediese a lo que me pide; apelo a usted mismo y a su honradez ¿me ha creído capaz de una acción semejante? No, sin duda, yo estoy segura de que cuando lo haya pensado mejor, no volverá a reiterar esta súplica.
La que me hace de que le permita escribirme, no es más fácil de conceder, y si justo ha de ser usted, no me echará la culpa de ello. No es mi ánimo ofenderle; pero teniendo la reputación que tiene y que usted mismo confiesa, ¿qué mujer osaría confesar que estaba en correspondencia con usted? ¿Y qué mujer honrada puede resolverse a ejecutar lo que conoce que se vería obligada a ocultar?
Si estuviese segura, al menos, de que sus cartas fuesen tales que no me diesen motivo de queja, y pudiese a mis propios ojos justificarme de recibirlas, tal vez entonces el deseo de probarle de que me guía la razón y no el odio, me hubiera llevado a prescindir de estas consideraciones poderosas y a consentir en mucho más de lo que debiera, permitiéndole me escribiese algunas veces. Si, en efecto, lo desea tanto como me dice, se contentará de buena gana a la sola condición con que accedo permitirlo, y si agradece un poco lo que hago por usted, no diferirá en modo alguna su partida.
Permítame que le observe a este propósito, que esta mañana ha recibido una carta y no se ha aprovechado de ella para anunciar a la señora de Rosemonde que debía ausentarse como me lo había prometido. Espero que ahora nada le impedirá cumplir su palabra. Sobre todo, aguardo que no esperará para hacerlo la entrevista que me pide y que no quiero de ningún modo concederle; y que en lugar de la orden que usted dice absolutamente necesaria, se contentará con la súplica que le reitero. Adiós, señor.
En..., a 27 de agosto de 17...
CARTA XLIV