Las amistades peligrosas (Choderlos de Laclos) Libros Clásicos

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Sin embargo, ¿que fatalidad hace que ya no sea la misma? No, cruel, no lo es usted. La sensible Cecilia, la Cecilia que yo adoro, que me ha jurado su fe, no hubiera evitado mi vista, no hubiera malogrado la feliz casualidad que me ponía cerca de ella, o si alguna razón que no alcanzo la obligaba a tratarme con este rigor, no hubiera a lo menos desdeñado decírmela.
¡Lo que hoy me ha hecho sufrir no lo sabrá nunca, Cecilia mía! ¿Cree que yo pueda vivir ya, dejando de ser amado por usted? Y sin embargo, cuando le he pedido una sola palabra por respuesta, que disipe mis zozobras, en vez de responderme ha fingido temer el ser oída; y el obstáculo que no existía lo ha hecho usted nacer, yendo a tomar otro puesto en la tertulia. Cuando, obligado a separarme de usted le he preguntado a qué hora podría verla mañana, ha fingido no saberlo y ha sido preciso que su madre me lo diga. Así que este momento tan deseado siempre, que debe reunirnos mañana, va a ser hoy para mí un motivo de inquietud; y el placer de verla, tan delicioso para mi corazón, será reemplazado por el temor de ser inoportuno.
El temor este, sí lo conozco, este miedo me arredra ya ahora mismo y no me atrevo a hablarle de mi pasión. Aquel amo a usted que me consolaba tanto el repetir cuando hallaba eco en usted; esta expresión tan dulce, que bastaba a mi dicha, ya no me ofrece, si usted se ha mudado, más que la idea de una eterna desesperación. No puedo creer, sin embargo, que este talismán del amor haya perdido toda su eficacia y quiero ensayarle todavía. Sí, mi Cecilia, amo a usted. Repita, pues, conmigo esta expresión emblema de mi felicidad. Piense que usted misma me tiene acostumbrado a oírla, y que privarme de ella es condenarme a un martirio que, así como mi amor, no acabará sino con mi vida.
En..., a 29 de agosto de 17...

CARTA XLVII
EL VIZCONDE DE VALMONT A LA MARQUESA DE MERTEUIL
No podré verla hoy todavía, mi amiga encantadora, y he aquí mis razones que le suplico admita con indulgencia.
En vez de volver ayer directamente, me detuve en casa de la condesa de *** cuya quinta se hallaba casi en mi camino, y me quedé a comer con ella; no llegué a París sino a eso de las siete, y me apeé en la ópera, en donde esperaba encontrarla.

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