Las amistades peligrosas (Choderlos de Laclos) Libros Clásicos

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Todo bien considerado, debe serle muy fácil el concederme lo que le pido. De vuelta a París hallará bastantes ocasiones para olvidar un sentimiento, que tal vez sólo ha debido su origen a la costumbre que tiene usted de ocuparse de semejantes cosas; y su fuerza a la ociosidad de la vida del campo. ¿No se halla acaso ahora en ese mismo lugar en que me había visto con tanta indiferencia? ¿Puede usted dar en él un paso sin encontrar una prueba de su veleidad y su inconstancia? ¿Y no se halla ahí rodeado de mujeres que, siendo todas más amables que yo, tienen más derecho a sus obsequios? Yo no tengo la vanidad de que se acusa a mi sexo; aún menos tengo aquella falsa modestia que prueba sólo un orgullo más refinado; y le confieso, con la mayor sinceridad y buena fe, que distingo en mí muy pocos medios de agradar. Aun cuando los poseyese todos, no los juzgaría suficientes para fijarme en usted. Pedirle, pues, que no se ocupe más de mí, es pedirle lo mismo que usted ha hecho ya, y que seguramente volverá bien pronto a ejecutar, aun cuando yo pidiese ahora lo contrario.
Esta verdad, que no pierdo nunca de vista, sería por sí sola, una razón suficiente para que yo no quisiese escucharle más. Tengo otras mil; pero, sin entrar en una discusión, me limito a pedirle, como lo tengo hecho antes, que no vuelva a escribirme, ni hablarme de un sentimiento al que no debo dar oídos, y mucho menos responder.
En..., a 10 de setiembre de 17...

CARTA LI
LA MARQUESA DE MERTEUIL AL VIZCONDE DE VALMONT
En realidad, mi estimado Vizconde, es usted insoportable. Me trata usted con tan poca formalidad como si fuera su cortejo. ¿Sabe usted que al fin me enfadaré; y que ahora mismo estoy de un humor terrible? ¡Cómo! ¿Debe usted ver a Danceny mañana por la mañana? Sabe usted cuánto importa que hablemos antes y, sin inquietarse por esto, ¿me hace usted esperarlo todo el día, por correr no sé adónde? Usted es causa de que haya llegado a casa de la señora de Volanges ridículamente tarde, y que todas las viejas me hayan hallado demasiado preciosa. Me ha sido forzoso hacerles mil caricias durante toda la noche, para poder aplacarlas; porque no conviene enfadar a las setentonas; pues de ellas depende la reputación de las jóvenes.

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