Página 100 de 316
Últimamente, bueno es acostumbrar a los grandes lances a aquél que se destina a grandes aventuras.
En suma, ¿no debe pagar con algunas lágrimas el placer de gozarle ese Danceny? Está loca por él; pues bien, yo le aseguro que le logrará, y también que no lo habría tenido sin esta tempestad. Es un sueño desagradable cuyo despertar será delicioso, y todo bien calculado, me parece que debe estarme agradecida; en efecto, aunque haya habido de mi parte cierta malicia, es preciso divertirse un poco:
Para deleite nuestro hay tontos en el mundo.
En fin, me retiré muy contenta de mí misma.
O Danceny, me decía yo, excitado con los obstáculos va a estar doblemente enamorado, y entonces le serviré con toda mi eficacia; o si no es más que un tonto, como a veces lo creo, se desesperará y se dará por batido: en tal caso al menos me habré vengado de él cuanto habrá estado en mi mano y de paso me habré granjeado más la estimación de la madre, la amistad de la hija y la confianza de ambas. En cuanto a Gercourt, he de ser muy desgraciada o muy torpe, si dueña ya del corazón de su mujer, no hallo mil medios de hacer que sea lo que yo quiero. Con este agradable plan en la cabeza me acosté y dormí muy bien, y desperté muy tarde.
Al abrir los ojos me encontré con dos billetes: uno de la madre y otro de la hija; y no pude menos de reirme leyendo en ambos esta misma frase: "De usted sólo espero algún consuelo". ¿No es curioso consolar en pro y en contra, y ser único agente de dos intereses directamente opuestos? Véame pues usted ya como la Divinidad, recibiendo los deseos encontrados de los ciegos mortales y no cambiando en nada mis inmutables decretos. He abandonado, sin embargo, este empleo por el de ángel consolador, y, según el precepto, he ido a visitar a mis amigos afligidos.
Empecé por la madre. La he hallado tan triste, que esto sólo venga a usted, en parte, de las contrariedades que le hace sufrir por causa de su bella devota. Todo ha salido perfectamente. Mi único cuidado era que no hubiese aprovechado la madre del momento para ganar la confianza de su hija, lo que habría sido muy fácil, sólo empleando con ella el lenguaje de la dulzura y la amistad, y dando a los consejos de la razón el aire y el tono de la ternura indulgente.