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He podido notar su ingenuidad y su frescura; he podido juzgarla un tanto seductora, porque todos nos complacemos en nuestra obra: pero seguramente no podrá fijar mi atención de un modo serio.
Ahora, querida amiga, me remito a su justicia, a sus primeras bondades para conmigo, a la larga y perfecta amistad a la entera confianza que ha estrechado después nuestros lazos: ¿he merecido el tono de rigor que ha tomado usted? Pero ¡cuán fácil le será indemnizarme cuando quiera! Diga solamente una palabra, y verá si todos los encantos del mundo me retienen aquí, no un día, ni un segundo siquiera. Volaré a sus pies y a sus brazos para probarle mil veces y de mil maneras que usted es, como siempre, la soberana de mi corazón.
Adiós, hermosa amiga; espero su respuesta con gran impaciencia.
París, a 3 noviembre 17...
CARTA CXXX
LA SEÑORA DE ROSEMONDE A LA PRESIDENTA DE TOURVEL
¿Por qué, hermosa mía, no quiere usted ser mi hija? ¿Por qué parece anunciarme que va a suspender toda correspondencia conmigo? ¿Es para castigarme por no haber adivinado lo que era completamente inverosímil? ¿O sospecha que he querido afligirla voluntariamente? No, conozco su corazón demasiado para creer que piensa así del mío. Así es que la pena que me ha causado su carta no es tan grande como la que le ha causado a usted misma.
¡Oh, mi joven amiga, lo digo con dolor! Usted es tan digna de ser amada que nunca el amor podrá hacerla dichosa. ¿Qué mujer verdaderamente delicada y sensible no ha encontrado su desgracia en ese sentimiento mismo que le prometía tanta felicidad? ¿Acaso saben apreciar los hombres a la mujer que poseen?
No es que muchas no sean honradas en sus procedimientos y constantes en sus afecciones; sino que entre las mismas que lo son, hay muy pocas que sepan ponerse al unísono con nuestro corazón. No crea, querida mía, que el amor de ellos es semejante al nuestro. Experimenta, sí, la misma embriaguez; a menudo sienten más entusiasmo, pero no conocen ese interés inquieto, esa solicitud delicada que produce en nosotras tiernos y constantes cuidados y cuyo único objeto es siempre la persona amada. El hombre goza de la felicidad que siente, y la mujer de la que ella se procura. Esta diferencia tan esencial y tan poco notada, influye, sin embargo, de una macera muy sensible en el conjunto de su respectiva conducta.