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hacerlo. En su convenio con Atahualpa no había tenido más objeto que
apoderarse de todas las riquezas del reino, y una vez logrado su objeto,
lejos de cumplir lo prometido, había resuelto secretamente hacer perecer
al desgraciado monarca. Muchas fueron las circunstancias que le
determinaron, al parecer, a cometer este crimen, uno de los más atroces
con que se mancharon los españoles en la conquista de América.
Al imitar Pizarro la conducta observada por Cortés con Moctezuma,
carecía de los talentos necesarios para seguir con igual arte el plan
adoptado por el conquistador de México. No habían tardado a nacer las
sospechas y la desconfianza [73] entre el inca y los españoles; el cuidado
con que era preciso guardar a un preso de tanta importancia aumentaba
mucho las dificultades del servicio militar, al paso que era poca la
ventaja que el conservarle reportaba; de suerte que pronto Pizarro no vio
en el inca más que un estorbo del cual deseaba librarse.
Sin embargo de que se había dado a los soldados de Almagro en el
reparto cien mil pesos, a los cuales ningún derecho tenían, estaban todos
descontentos: temían que mientras permaneciese Atahualpa cautivo, los
soldados de Pizarro considerasen los tesoros que se podrían recoger en lo
sucesivo como suplemento al rescate del príncipe, y que bajo este
pretexto, quisieran apropiárselo todo. Así pues pedían con instancia su
muerte a fin de que todos los soldados de la hueste corriesen los mismos
azares y tuviesen iguales derechos.
El mismo Pizarro empezaba a alarmarse por las noticias que le
llegaban de las provincias apartadas del imperio: reuníanse tropas y
sospechaba que el inca había expedido órdenes al efecto. Avivaban estos
temores y sospechas los artificios de Filipillo, indio que servía de
intérprete. Este hombre, a quien sus funciones daban también un título en
la casa del monarca cautivo, atreviose, a pesar de lo bajo de su
nacimiento, a poner sus ojos en una de las parientas de Atahualpa, salida
de sangre real, y no [74] viendo ninguna esperanza de obtenerla mientras
viviese el monarca, excitó a los españoles a que le quitasen la vida,
alarmándolos con los designios secretos del preso, de que pretendía tener
conocimiento.
A estas diferentes causas que concurrían a perder al desventurado