Página 37 de 244
-Bien hecho, conde Brass. Como recompensa, os enviaremos a vos y a vuestros compañeros al mundo de los vivos. ¿Dónde está el cadáver de Hawkmoon?
Hawkmoon se quedó de una pieza. Había reconocido la voz de la pirámide, pero no daba crédito a sus oídos.
-¿El cadáver? -El conde Brass estaba estupefacto-. ¿No os referiréis a su cadáver? ¿Por qué motivo? Defendéis mis intereses, no los vuestros. Al menos, eso me dijisteis.
-Pero el cadáver...
La voz era casi suplicante.
-¡Aquí está el cadáver, Kalan de Vital! -Hawkmoon salió de su escondite y se precipitó hacia la pirámide-. Salid, cobarde. Así que, al fin y al cabo, no os suicidasteis. Bien, voy a echaros una mano...
Impulsado por su ira, apretó el botón de la lanza flamígera y el fuego rojizo se estrelló contra la pirámide pulsátil, que aulló, gimoteó, sollozó y se hizo transparente, mostrando a los cinco que observaban la escena a la criatura agazapada en su interior.
-¡Kalan! -Hawkmoon había reconocido al científico del Imperio Oscuro-. Imaginé que seríais vos. Nadie os vio morir. Todo el mundo pensó que el charco de materia encontrado en vuestro laboratorio eran vuestros restos. Pero ¡nos engañasteis!
-¡Quema demasiado! -chilló Kalan-. Esta máquina es muy delicada. La destruiréis.
-¿Y a mí, qué?
-Sí... Las consecuencias... ¡serán horribles!
Pero Hawkmoon siguió disparando el rayo rubí sobre la pirámide. Kalan continuó gritando y retorciéndose.
-¿Cómo hicisteis creer a estos desgraciados que moraban en un submundo? ¿Cómo les sumisteis en una noche perpetua?
-¿Y a vos qué os parece? -aulló Kalan-. Reduje sus días a una fracción de segundo, para que ni siquiera advirtieran la progresión del sol. Aceleré sus días y enlentecí sus noches.
-¿Cómo creasteis la barrera que les impedía acceder al castillo de Brass o a la ciudad?
-Igual de fácil. ¡Ja, ja! Cada vez que llegaban a las murallas de la ciudad les hacía retroceder unos minutos, para que nunca llegaran a ellas. Trucos de poca monta, Hawkmoon, pero os advierto que la máquina no es tan tosca... Es superdelicada. Podría descontrolarse y destruirnos a todos.
-¡Me da igual, Kalan, siempre que logre acabar con vos!
-¡Sois cruel, Hawkmoon!
Y Hawkmoon rió como un poseso al percibir el tono acusador de la voz de Kalan. Kalan, que había injertado la Joya Negra en su cráneo, que había colaborado con Taragorn en destruir la máquina de cristales que protegía al castillo de Brass, que había sido el mayor y más perverso de los genios que habían proporcionado al Imperio Oscuro su poder científico... ¡Y acusaba a Hawkmoon de crueldad!
Mientras tanto, el fuego rubí se derramaba sin cesar sobre la pirámide.