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-¡Me estáis desposeyendo del control! -aulló Kalan-. Si me voy ahora, no podré volver hasta que haya efectuado reparaciones. No podré liberar a vuestros amigos...
-¡Creo que podremos pasarnos sin vuestra ayuda, mequetrefe! -rió el conde Brass-. De todos modos, gracias por vuestros desvelos. Quisisteis engañarnos y ahora pagáis vuestra iniquidad.
-He dicho la verdad: Hawkmoon os conducirá a la muerte.
-Sí, pero serán muertes nobles, y Hawkmoon no tendrá ninguna culpa.
El rostro de Kalan se retorció. Sudaba por todos los poros a medida que la pirámide se calentaba más y más.
-Muy bien. Tiro la toalla, pero me vengaré de vosotros cuatro...Vivos o muertos, iré a buscaros. Ahora, regreso a...
-¿Londra? -gritó Hawkmoon-. ¿Os escondéis en Londra?
Kalan lanzó una carcajada horripilante.
-¿Londra? Sí..., pero no la Londra que vos conocéis. Hasta la vista, monstruoso Hawkmoon.
La pirámide se desdibujó, acabó desvaneciéndose, y dejó a los cinco en la orilla, silenciosos, pues daba la impresión de que, en aquel momento, no había nada más que decir.
Un rato después, Hawkmoon señaló el horizonte.
-Mirad -dijo.
El sol empezaba a salir.
2. El regreso de la pirámide
Mientras desayunaban las impresentables viandas que Kalan de Vitall había dejado al conde Brass y a los otros, discutieron sobre lo que debían hacer.
Era obvio que los cuatro permanecían, de momento, en el ciclo temporal de Hawkmoon, pero nadie sabía cuánto perduraría.
-Antes os hablé de Soryandum y del pueblo fantasma-dijo Hawkmoon a sus amigos-. Es nuestra única esperanza de conseguir ayuda, pues no creo que el Bastón Rúnico nos la concediera, aunque lo encontráramos y la solicitáramos.
Les había referido muchos acontecimientos que tendrían lugar en su futuro, pertenecientes ya al pasado de Dorian.
-Habrá que darse prisa -dijo el conde Brass-, antes de que Kalan regrese..., porque estoy seguro de que lo hará. ¿Cómo iremos a Soryandum?
-No lo sé -respondió Hawkmoon, con escalofriante sinceridad-. Desplazaron su ciudad de nuestras dimensiones cuando el Imperio Oscuro les amenazó. Mi única esperanza es que la hayan devuelto a su emplazamiento anterior, ahora que le peligro ha pasado.
-¿Y dónde está Soryandum..., o dónde estaba? -preguntó Oladahn.
-En el desierto de Syrania.
El conde Brass enarcó sus cejas rojizas.
-Un desierto enorme, amigo Hawkmoon. Un desierto inmenso. Y duro.
-Sí, todo eso y más. Por eso han llegado tan pocos viajeros a Soryandum.
-¿Y esperáis que crucemos ese desierto en pos de una ciudad que tal vez siga allí? -sonrió con amargura D´Averc.
-Sí. Es nuestra única esperanza, sir Huillam.
D´Averc se encogió de hombros y volvió la cabeza.