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Pensé que lo habíamos destruido, pero temo que ahora nos destruirá a nosotros.
-Tenemos espadas -dijo el conde Brass.
Hawkmoon lanzó una áspera carcajada.
-Sí, ya lo creo.
-Y somos tres -señaló Bowgentle-. Tres hombres habilidosos.
-Sí.
Los aullidos aumentaron de intensidad cuando la bestia les olfateó.
-Sólo tenemos una ventaja -dijo Hawkmoon en voz baja-. La bestia es ciega. Nuestra única oportunidad es salir corriendo hacia Soryandum y nuestros camellos.Una vez allí, nos defenderemos con mi lanza flamígera.
-¿Huir? -gruñó el conde Brass. Desenvainó su espadón y se frotó el bigote-. Nunca he combatido contra un animal mecánico. No me apetece huir, Hawkmoon.
-¡Pues moriréis, quizá por tercera vez! -gritó Hawkmoon, frustrado-. Escuchadme, conde Brass, sabéis muy bien que no soy un cobarde. Si queremos sobrevivir, hemos de volver a nuestros camellos antes de que la bestia nos atrape. ¡Mirad!
La bestia mecánica ciega surgió de la boca de la caverna. Su enorme cabeza buscó los sonidos y olores que tanto detestaba.
-¡Cáspita! -siseó el conde Brass-. Es inmensa.
Doblaba en envergadura al conde Brass. A lo largo del lomo surgía una hilera de cuernos afilados como cuchillas. Sus escamas eran de múltiples colores, y les cegaron cuando la bestia avanzó hacia ellos. Tenía patas traseras cortas y patas delanteras largas, terminadas en garras metálicas. Del tamaño de un gorila grande, poseía ojos multifacetados, que se habían roto durante su anterior pelea con Hawkmoon y Oladahn. Producía un ruido metálico al moverse. Los dientes de los tres héroes castañetearon cuando oyeron su rugido metálico. Su olor, que percibían incluso desde aquella distancia, también era metálico.
Hawkmoon cogió del brazo al conde Brass.
-Os lo suplico, conde Brass. No es el lugar apropiado para celebrar un combate.
Este razonamiento convenció al conde Brass.
-Sí, ya lo veo -dijo-. Muy bien, bajemos a terreno llano. ¿Nos seguirá?
-¡Oh, tenedlo por seguro!
Entonces, los tres salieron corriendo en tres direcciones diferentes hacia el emplazamiento de Soryandum, antes de que la bestia decidiera a cuál seguir.
Comprendieron que los camellos habían olfateado a la bestia en cuanto llegaron a donde los habían dejado. Los animales tiraban de las cuerdas clavadas con estacas al suelo. Agitaban la cabeza, retorcían la boca y las fosas nasales y golpeaban el suelo con los cascos.
El aullido estridente de la máquina despertó ecos en las colinas que se alzaban a sus espaldas.
Hawkmoon tendió una lanza flamígera al conde Brass.
-Dudo que surtan mucho efecto, pero hemos de intentarlo.
El conde Brass gruñó.
-Habría preferido un mano a mano con ese bicho.