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puramente populares; que, por ejemplo, las magistraturas sólo duren seis
meses, para que todos los oligarcas, que son iguales entre sí, puedan
desempeñarlas por turno. Por lo mismo que son iguales, forman una especie
de pueblo; y esto es tan cierto, que, como ya he dicho, pueden salir de su
propio seno los demagogos. Esta breve duración de las funciones es además
un medio de prevenir en las aristocracias y en las oligarquías la
dominación de las minorías violentas. Cuando se desempeñan por poco tiempo
las funciones públicas, no es tan fácil causar el mal como cuando se
permanece en ellas mucho tiempo. La duración demasiado prolongada del
poder es únicamente la que causa la tiranía en los Estados oligárquicos y
democráticos. O son ciudadanos poderosos los que aspiran a la tiranía,
aquí los demagogos, allí los miembros de la minoría hereditaria; o son
magistrados investidos de un gran poder después de haberlo disfrutado por
mucho tiempo.
Los Estados se conservan no sólo porque las causas de destrucción
están distantes, sino también a veces porque son inminentes; pues entonces
el miedo obliga a ocuparse con doble solicitud del despacho de los
negocios públicos. Así, los magistrados que se interesan por el
sostenimiento de la constitución deben a veces, suponiendo próximos
peligros que son lejanos, producir pánicos de este género, para que los
ciudadanos velen y estén alerta por la noche, y no descuiden la vigilancia
de la ciudad. Además es preciso prevenir siempre las luchas y disensiones
de los ciudadanos poderosos por medios legales, y estar a la mira de los
que son extraños a las mismas, antes que tomen parte en ellas
personalmente. Pero el reconocer de este modo los síntomas del mal no es
propio de espíritus vulgares; tal perspicacia sólo es propia del hombre de
Estado.
Para impedir en la oligarquía y en la república las revoluciones que
la cuantía del censo puede producir, cuando permanece fija en medio del