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Hércules Poirot se encaminó a Rosebank. Estaba parado en el jardín, con el sol poniéndose a sus espaldas, cuando Mary Delafontaine se le acercó.
-¿Monsieur Poirot? -su voz denotaba sorpresa-. ¿Ha vuelto usted?
-Sí, he vuelto. -Poirot hizo una pausa y luego dijo-: Cuando vine aquí por primera vez, señora, me vino a la mente la rima infantil:
Di, María, la obstinada,
¿cómo crece tu jardín?
Tiene conchas, campanitas,
de doncellas un sinfín.
Poirot terminó:
-Sí, tiene conchas, conchas de ostras, ¿verdad, madame?
Señaló con la mano en determinada dirección.•
Ella contuvo la respiración, quedándose luego muy quieta. Sus ojos miraron a Poirot con expresión interrogante.
Él asintió.
-Mais oui! ¡Lo sé todo! La muchacha dejó la comida preparada. Ella, lo mismo que Katrina, jurará que no comieron ustedes otra cosa. Sólo usted y su esposo saben que le trajeron docena y media de ostras, un regalito pour la bone tante. ¡Es tan fácil poner estricnina en una ostra! Se traga, comme ça! Pero quedan las conchas. No deben echarse al cubo. La criada las hubiera visto. Y entonces pensó usted en bordear con ellas uno de los macizos. Pero no había las suficientes; el borde no está completo. Hace mal efecto, estropea la simetría del jardín, encantador, a no ser por ese detalle. Esas pocas conchas de ostras producen una nota discordante... Me desagradaron cuando vine aquí por vez primera.
Mary Delafontaine dijo:
-Supongo que lo habrá adivinado usted por la carta. Sabía que había escrito, pero no sabía cuánto había dicho.
Poirot contestó evasivo:
-Sabía por lo menos que se trataba de un asunto de familia. Si se hubiera tratado de Katrina, no habría motivo para echar tierra al asunto. Me figuro que usted o su esposo negociaron los valores de la señorita Barrowby en provecho propio y que ella lo descubrió.
Mary Delafontaine asintió.
-Hacía años que lo veníamos haciendo... un poco aquí y otro poco allá. Nunca me di cuenta de que fuera lo bastante lista para enterarse. Y entonces me enteré de que había mandado llamar a un detective y de que le dejaba el dinero a Katrina... ¡esa miserable!
-Y entonces puso la estricnina en el cuarto de Katrina. Comprendo. Se salvaba usted y salvaba a su marido de lo que yo pudiera descubrir y cargaba a una chiquilla inocente con la culpa de un asesinato. ¿No tiene usted piedad, señora?