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Pues bien, cuando
estas señoras se alejaban del campamento, se cruzaron con el doctor Gerard que
regresaba a él. No hay nadie que pueda decir cuáles fueron los movimientos del doctor
Gerard cuando llegó allí, porque las dos damas caminaban de espaldas a él. Recuerden
que se estaban alejando del campamento. Por lo tanto, el doctor Gerard pudo
perfectamente cometer el crimen. Siendo médico, pudo fingir fácilmente el ataque de
malaria. Yo diría, además, que tenía un motivo. El doctor Gerard deseaba salvar a
cierta persona, cuya razón estaba en peligro (y quizá sea mucho peor perder la razón
que la vida). ¡Debió de considerar que valía la pena sacrificar una vida vieja y gastada
por aquella causa!
- Tiene usted unas ideas increíbles - dijo Gerard.
Sin hacer caso, Poirot continuó:
- Pero si fue así, ¿por qué el doctor Gerard llamó la atención sobre la posibilidad de
que se tratara de una muerte violenta? Está claro que, de no haber sido por lo que él le
contó al coronel Carbury, la muerte de la señora Boynton hubiera pasado como un
suceso debido a causas naturales. Fue el doctor Gerard el primero que apuntó la
posibilidad del asesinato. Eso, amigos míos - dijo Poirot -, carece de sentido.
- No, no parece tenerlo - gruñó en voz baja el coronel Carbury.
- Hay otra posibilidad. - dijo Poirot -. La señora Lennox Boynton acaba de negar
rotundamente mi teoría acerca de la culpabilidad de su cuñada más joven. La fuerza
de su objeción radica en el hecho de que ella sabía que su suegra estaba ya muerta
entonces. Pero recuerden que Ginebra Boynton estuvo en el campamento toda la tarde.
Y hubo un momento, después de que lady Westholme y la señorita Pierce salieran y
antes de que el doctor Gerard volviera...
Ginebra se agitó. Se inclinó hacia delante, mirando fijamente a Poirot con ojos
extraños, inocentes y desconcertados.
- ¿Lo hice yo? ¿Cree usted que yo lo hice?
Y, de pronto, con un veloz movimiento de incomparable belleza, se levantó de su
silla y cruzó corriendo la habitación para arrodillarse a los pies del doctor Gerard,