Página 41 de 121
Lombard silbó y añadió:
-Antes de que llegue la noche tendremos viento.
-¿Tempestad? -preguntó Blove.
Desde abajo les llegó el sonido del gong.
-Vamos a desayunar, que tengo un hambre de lobo -dijo Lombard.
Bajando la cuesta, Blove comentó con voz inquieta:
-No vuelvo de mi sorpresa... ¿Qué razón tenía ese joven Marston para suicidarse? Esta idea me ha atormentado toda la noche.
Vera iba delante de ellos; Lombard se detuvo para contestarle:
-¿Concibe otra hipótesis que la del suicidio?
-Me harán falta pruebas, un móvil lo primero. Debía de ser muy rico ese joven.
Saliendo por la puerta del salón vino a su encuentro Emily Brent.
-¿Llegó la canoa? -preguntó a Vera.
-Todavía no -respondió Vera.
Entraron en el comedor. Sobre la mesa había una inmensa fuente con jamón y huevos, té y café.
Rogers, que les había abierto la puerta, la cerró tras ellos.
-Este hombre tiene cara de estar enfermo -observó miss Brent.
-Es preciso mostrarnos indulgentes esta mañana con el servicio. Rogers ha debido encargarse sólo de la preparación del desayuno, y lo ha hecho lo mejor posible. La señora Rogers ha sido incapaz de cuidarse de ello...
-¿Qué le pasa a la señora Rogers? -preguntó miss Brent, inquieta.
El doctor, cual si no hubiese entendido la pregunta, dijo:
-Sentémonos: los huevos se van a enfriar; después discutiremos todos los asuntos.
Se acomodaron todos, sirviéndose el desayuno y empezaron a comer. De común acuerdo todos, se abstuvieron de hacer la menor alusión a la isla del Negro. Y se entabló una conversación frívola sobre deporte, los acontecimientos actuales en el extranjero y la reaparición de la monstruosa serpiente marina.
La comida se terminó. El doctor retiró su silla y, aclarándose la voz y dándose un aire de importancia, comenzó a decir:
-He creído preferible esperar a terminar de comer para enterarles de la nueva tragedia. La mujer de Rogers ha muerto mientras dormía.
Todos se sobresaltaron.
-Pero ¡esto es horrible! -exclamó Vera-. Dos muertes en una isla desde ayer...
-¡Hum! Es extraordinario. ¿Sabe usted cuál es la causa de la muerte? -preguntó el juez.
Armstrong alzó los hombros en señal de ignorancia.
-Imposible darse cuenta a primera vista.
-¿Hará usted la autopsia?
-Desde luego; no puedo dar el permiso de inhumación sin esta formalidad; y además ignoro totalmente cuál era el estado de salud de esta mujer.
-Ayer parecía estar muy nerviosa -declaró Vera-.