Los relojes (Agatha Christie) Libros Clásicos

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- Sí, mon cher, sí. Precisamente hay una breve frase de
inestimable valor, a la cual iba a referirme en seguida.
- ¿Cuál? - pregunté- . ¿Quién la dijo? ¿Cuándo?
- A su tiempo, mon cher, a su tiempo.
- ¿Decía usted, monsieur Poirot? - inquirió cortésmente
Hardcastle, llevando de la mano a aquél al tema.
- Tracemos un círculo en torno al número 19. Cualquiera de las
personas que caen dentro de él puede ser la autora del asesinato
del señor Curry. Citémoslas: la señora Hemming, los Bland, los
McNaughton, la señora Waterhouse. Más importante todavía: todas
ellas ocupan una posición clara. La señora Pebmarsh pudo haber
matado al señor Curry antes de salir de su casa, a la 1:35,
aproximadamente; la señorita Webb pudo haber tomado las
medidas necesarias para que su encuentro con la víctima tuviese
lugar allí, atacando al hombre antes de abandonar la vivienda
también para dar la voz de alarma...
- ¡Ah! Ahora, monsieur Poirot, va usted al grano ya.
Poirot hizo como si no hubiera oído las palabras del inspector,
dando media vuelta para enfrentarse conmigo.
- Y, por supuesto, hay que pensar en usted, mi querido amigo
Colin. Usted también ocupa un puesto en este planteamiento. ¿No
buscaba un número alto precisamente por la parte en que se hallan
los bajos?
- -Está bien - repuse indignado- -. Veamos qué se le ocurre a
continuación. ¡Y pese a todo yo le sirvo la cosa en bandeja!
- Los asesinos son orgullosos, engreídos, a veces - señaló
Poirot- . Existía la posibilidad de que usted hubiera querido
divertirse un poco... a mi costa.
- Si sigue hablando así me convencerá - contesté.
Comenzaba a sentirme molesto.
Poirot se volvió hacia el inspector Hardcastle.
- Pues sí... En esencia fue eso: me dije que aquél tenía que ser un
crimen muy simple. La presencia de los relojes, fuera de propósito;
la hora de adelanto que marcaban las manecillas de aquéllos; las

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