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Armitage, Rice y Morgan se pusieron a caminar en la dirección indicada, mientras la mayoría de los aldeanos marchaban lentamente tras ellos. El cielo empezaba a clarear y todo parecía indicar que la tormenta había pasado. Cuando Armitage tomaba involuntariamente una dirección equivocada, Joe Osborn se lo indicaba y se ponía delante para mostrar el camino. El valor y la confianza de los hombres del grupo crecían por momentos, aunque la luz crepuscular de la frondosa ladera casi cortada a pico que había al final del atajo -por entre cuyos fantásticos y añejos árboles hubieron de trepar cual si de una escalera se tratase- pusieron tales cualidades a prueba.
Al final, llegaron a un camino lleno de barro justo al tiempo que salía el sol. Se hallaban algo más allá de la finca de Seth Bishop, pero los árboles tronchados y las inequívocas y horribles huellas eran buena prueba de que ya había pasado por allí el monstruo.
Apenas se detuvieron unos momentos a contemplar los restos que quedaban en tomo al gran hoyo. Era exactamente lo mismo que sucedió con los Frye, y nada vivo ni muerto podía verse entre las ruinas de lo que en otro tiempo fueran la granja y el establo de los Bishop. Nadie quiso permanecer allí mucho tiempo entre aquel hedor insoportable y aquella viscosidad bituminosa; todos volvieron instintivamente al sendero de espantosas huellas que se dirigían hacia la granja en ruinas de los Whateley y las laderas coronadas en forma de altar de Sentinel Hill.
Al pasar ante lo que fuera morada de Wilbur Whateley, todos los integrantes del grupo se estremecieron visiblemente y sus ánimos comenzaron a flaquear. No tenía nada de divertido seguir la pista de algo tan grande como una casa y no lograr verlo, si bien podía respirarse en el ambiente una maléfica presencia infernal. Frente al pie de Sentinel Hill las huellas dejaban el camino y podía apreciarse aún fresca la vegetación aplastada y tronchada a lo largo de la ancha franja que marcaba el camino seguido por el monstruo en su anterior subida y descenso de la montaña.
Armitage sacó un potente catalejo y se puso a escrutar las verdes laderas de Sentinel Hill. Seguidamente, se lo pasó a Morgan, que gozaba de una visión más aguda. Tras mirar unos instantes por el aparato Morgan lanzó un pavoroso grito, pasándoselo seguidamente a Earl Sawyer a la vez que le señalaba con el dedo un determinado punto de la ladera.