Página 23 de 65
Después, cuando recobraban la memoria, invertían el mismo proceso asociativo y ya no se tomaban a sí mismos por espíritus intrusos, sino por los propios cautivos. De ahí que los sueños y pseudo-recuerdos se ajustasen al modelo mitológico comúnmente admitido.
A pesar de que esta explicación resultaba un tanto rebuscada, me pareció la más verosímil, y a ella me atuve. Las demás no tenían pies ni cabeza. Por otra parte, había un crecido número de psicólogos y antropólogos eminentes que coincidía conmigo.
Cuanto más reflexionaba, más convincente me parecía mi razonamiento. Puede decirse que, hasta el final, dispuse de un baluarte realmente eficaz contra las visiones y las sensaciones desagradables que todavía me asaltaban. ¿Que veía cosas extrañas durante la noche? No eran más que producto de mis lecturas y de lo que había oído. ¿Que tenía sensaciones desagradables y pseudo-recuerdos? Se trataba solamente de un reflejo de lo que había asimilado durante mi amnesia. Ninguno de mis sueños, ninguna de mis sensaciones, podían tener significado real.
Fortalecido por esta filosofía mi equilibrio nervioso mejoró considerablemente, aun cuando las visiones se fueron haciendo más frecuentes y circunstanciadas. En 1922 me sentí capaz de reanudar mis actividades habituales. Aprovechando mis conocimientos últimamente adquiridos, me hice cargo de una cátedra de Psicología en la Universidad.
Hacía tiempo que mi antigua cátedra de Economía Política había sido cubierta. Además, los métodos de enseñanza de esa disciplina habían variado muchísimo desde mis tiempos. Por si fuera poco, mi hijo se hallaba a la sazón ampliando estudios, con vistas a conseguir su actual cátedra, y con frecuencia trabajábamos juntos.
IV
No obstante, continué tomando notas minuciosamente de los sueños extravagantes que me asaltaban, cada vez más frecuentes y más vívidos. Me dije que tales descripciones eran muy valiosas desde el punto de vista psicológico. Mis visiones tenían ese horrible no sé qué de recuerdos dudosos, pero yo hacía lo posible por desechar esta impresión, y lo conseguía.
Cuando hablaba de estos fantasmas en mis notas, los trataba como si fueran reales; en cambio, en cualquier otra circunstancia, los apartaba de mí como caprichosos desvaríos de la noche. Aunque jamás he mencionado tales asuntos en mis conversaciones, lo cierto es que -como suele suceder en estos casos- la gente había tenido noticia de ello y habían corrido ciertas habladurías sobre mi salud mental. Lo gracioso es que estas habladurías circulaban sólo entre gentes de escasos conocimientos; jamás en una tertulia de médicos o psicólogos.