Herbert West: Reanimador (Howard Phillips Lovecraft) Libros Clásicos

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Y así permaneció, hasta la noche infernal, como parte de las paredes del laboratorio secreto. He hablado del debilitamiento de West, pero debo añadir que era puramente mental e intangible. Exteriormente, fue el mismo hasta el final: tranquilo, frío, delgado, con el pelo amarillo, ojos azules y con gafas, y un aspecto general de joven que los años y los terrores no llegaron a cambiar. Parecía sereno incluso cuando pensaba en aquella sepultura arañada y miraba por encima del hombro, o cuando pensaba en aquel ser carnívoro que mordía y manoteaba los barrotes de Sefton.
El final de Herbert West comenzó una tarde, en nuestro despacho común, cuando alternaba su extraña mirada entre el periódico y yo. Un curioso titular había atraído su atención desde las arrugadas páginas, y una zarpa titánica pareció atraparle desde dieciséis años atrás. En el manicomio de Sefton, a cincuenta millas de distancia había sucedido algo espantoso e increíble que había dejado estupefactos al vecindario y perpleja a la policía. A primeras horas de la madrugada; un grupo de hombres silenciosos había penetrado en el parque de la institución y su jefe había despertado a los celadores. Era una amenazadora figura militar que hablaba sin mover los labios; cuya voz parecía conectada casi ventrilocuamente a un gran estuche negro que, transportaba. Su inexpresivo rostro tenía las facciones bien parecidas, hasta a punto de dar la impresión de una belleza radiante, aunque el director se había llevado un sobresalto cuando la luz del vestíbulo cayó sobre él, ya que era un rostro de cera, y los ojos de cristal pintado. Debió de sucederle algún accidente atroz a este hombre. Otro, más alto, guiaba sus pasos: un sujeto repugnante cuya cara azulenca aparecía medio devorada por alguna enfermedad desconocida. El que hablaba pidió que le cediesen la custodia del monstruo caníbal traído de Arkham hacia dieciséis años; y al serle negada, dio una señal que provocó un espantoso alboroto. Los demonios aquellos golpearon, patearon y mordieron a todos los celadores que no lograron huir; mataron a cuatro, y finalmente consiguieron liberar al monstruo. Estas víctimas, que podían recordar el suceso sin histerismos, juraban que las criaturas se habían comportado menos como hombres que como puros autómatas guiados por el jefe de cabeza de cera. Cuando les llegó ayuda, aquellos hombres y la criatura caníbal habían desaparecido sin dejar rastro.
Desde el momento en que leyó el artículo, hasta la medianoche, West permaneció casi paralizado.

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