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Llegó sin avisar, al volante de su Roalster. Rhoda Prentiss era un nombre demasiado cursi para una joven tan airosa, tan llena de vitalidad y energía. No oí llegar el coche y sólo supe de su presencia cuando abrió la puerta delantera de la casa y me llamó:
¡Adam! ¿Estás en casa?
De un salto salí del despacho donde, estaba trabajando - a la luz, de una lámpara, pues el. día era oscuro y tormentoso- - y allí me la vi, con el largo cabello rubio goteando lluvia, los labios entreabiertos y los limpios ojos azules tornando nota, con viva curiosidad, de todo lo’ que se hallaba a su alcance.
Pero cuando la tuve entre mis brazos, un leve estremecimiento recorrió su cuerpo..
-¿ Cómo vas ~a soportar tres meses en esta casa?-exclamo.’’
--Está hecha aposta para tesis doctorales - respondí-.. Aquí no hay nada que me perturbe.
- Pues a mí me perturbaría toda la casa, Adam --replicó con una seriedad insólita-. ¿No notas en ella algo maligno?
-lo maligno que había ya se ha muerto: mi tío abuelo. Pero te confieso que cuando vivía la casa entera trasudaba malignidad.
-Y la trasuda.
-Eso si crees en residuos psíquicos.
Parecía como si Rhoda fuera a añadir algo, pero yo cambié de conversación.
-Llegas justo a tiempo de que nos vayamos a Arkham a cenar. Al pie de French Hill hay un restaurante francés antiguo muy interesante.
No contestó nada, pero mantuvo un ligero ceno durante un rato, como si se hubiera quedado con algo dentro. Sin embargo, durante el transcurso de la cena volvió a recuperar su humór habitual; habló de su trabajo, de nuestros planes, de nosotros dos; y pasamos más de dos horas en el restaurante. Luego regresamos a casa. Era natural que se quedara a pasar la noche en el cuarto de los huéspedes, que además estaba debajo del mío y podía avisarme, dando golpes en el techo, sí necesitaba algo o si -como dije yo- «te perturba el residuo psíquico».
Pese, sin embargo, a bromear, me había dado cuenta de que en la casa, al llegar mi novia, se había producido como un aumento del nivel de vigilancia. Era como si la casa hubiera arrojado de si toda indolencia, como si de pronto se hubiera tenido que poner alerta, como sí husmeara algún peligro o presintiera de algún modo mi intención de venderla a quien la iba a derribar sin piedad.