Cinco Semanas en Globo (Julio Verne) Libros Clásicos

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En cuanto a Mercurio, es un pícaro país
de ladrones y mercaderes, tan parecidos unos a otros que difícilmente se les distingue. Y,
por último, de Venus les pintaba un cuadro verdaderamente encantador.
-Y cuando volvamos de esta expedición -dijo el ameno narrador- se nos condecorará
con la Cruz del Sur, que brilla allá arriba en el ojal del buen Dios.
-¡Y bien merecida la tendréis! -admitieron los marineros.
Así, en alegres pláticas, transcurrían las largas tardes en el castillo de proa. Mientras
tanto, las conversaciones instructivas del doctor seguian su camino.
Un día, hablando de la dirección de los globos, se le pidió a Fergusson que diese acerca
del particular su parecer.
-Yo no creo -dijo- que se pueda llegar a dirigir un globo. Conozco todos los sistemas
que se han ensayado o ideado, y ni uno solo es practicable. Como comprenderán, me he
ocupado de esta cuestión, de interés capital para mí. Sin embargo, no he podido
resolverla con los medios suministrados por los conocimientos actuales de la mecánica.
Sería preciso descubrir un motor de un poder extraordinario y de una ligereza imposible.
Y aun así, no se podrían contrarrestar las corrientes de cierta importancia. Además, hasta
ahora se ha pensado más en dirigir la barquilla que el globo, lo cual es un error.
-Existe, sin embargo -replicó un oficial-, una gran relación entre un aeróstato y un
buque, y éste puede dirigirse a voluntad.
-No -respondió el doctor Fergusson-. Existe muy poca relación o ninguna. El aire es
infinitamente menos denso que el agua, en la cual el buque no se sumerge más que hasta
cierto punto, mientras que el aeróstato se abisma por completo en la atmósfera y
permanece inmóvil con relación al fluido circundante.
-¿Cree entonces que la ciencia aerostática ha dicho ya su última palabra?
-¡No tanto! ¡No tanto! Es preciso buscar otra cosa; si no se puede dirigir un globo, al
menos hay que intentar mantenerlo en las corrientes atmosféricas favorables. Éstas, a
medida que se sube, se vuelven mucho más uniformes y son constantes en su direccion;
ya no las perturban los valles y las montañas que surcan la superficie del planeta, y eso,
como muy bien sabe, es la principal causa de las variaciones del viento y de la
irregularidad de su soplo.

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