Una ciudad flotante (Julio Verne) Libros Clásicos

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aguas arriba de la posición que hoy ocupa. Según mister Bakewell, retrocede un metro
por año; según sir Charles Lyell, un pie nada más. Llegará, pues, un momento en que la
peña que sostiene la torre, corroída por las aguas, se deslizará por las pendientes de la
catarata. Pues bien, acordaos. El día en que el Terrapintower vaya a parar al abismo,
habrá dentro de la torre algunos excéntricos que se bañarán en el Niágara con ella.
Miré al doctor, como preguntándole si sería alguno de aquellos excéntricos; pero me
indicó que le siguiera, y volvimos a contemplar el horse-shoe-fall y el paisaje que le
rodea. Distínguese desde allí, un poco encorvado, el salto americano, separado por la
punta de la isla, en que se forma también una pequeña catarata central, de 100 pies de
anchura. El salto americano, igualmente admirable, es recto y no sinuoso, y su altura es
de 164 pies. Pero, para poderlo ver en todo su desarrollo, es preciso colocarse enfrente de
ella, en la orilla canadiense.
Durante todo el día, vagamos por las márgenes del Niágara, irresistiblemente atraídos
por aquella torre en donde los mugidos de las aguas, la niebla de los vapores, el juego de
los rayos solares, la embriaguez y los perfumes de la catarata, mantienen al espectador en
perpetuo éxtasis. Después regresamos a Goat-Island para examinar la gran cascada desde
todos los puntos de vista, sin cansarnos nunca de verla. El doctor hubiera querido
llevarme a la Gruta de los Vientos, ahuecada detrás de la catarata central y a la cual se
llega por una escalera practicada en la punta de la isla, pero en aquella temporada, estaba
prohibido acercarse a ella, a causa de los frecuentes hundimientos que se producían,
desde hacía algún tiempo, en aquellas peñas quebradizas.
A las cinco estábamos de vuelta en Cataract House. Después de comer rápidamente,
fuimos otra vez a Goat-Island. El doctor quiso volver a ver las Tres Hermanas, deliciosos
islotes situados a lo último de la isla. Llegada la noche, me llevó de nuevo al tembloroso
penasco de Terrapintower.
El sol se había puesto tras las sombrías colinas. Los últimos resplandores del día habían
desaparecido. La luna brillaba en todo su esplendor. La sombra de la torre se proyectaba,
alargándose sobre el abismo.

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