Mucho ruido y pocas nueces (William Shakespeare) Libros Clásicos

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DON PEDRO.-¡Pardiez!, que sí, ¿oyes, Baltasar? Te ruego que nos procures una excelente música, pues queremos que toques mañana por la noche al pie de la ventana de la señora Hero.
BALTASAR.-La mejor que pueda, señor.
DON PEDRO.-Hazlo así; adiós.
Salen BALTASAR y músicos.

Venid acá, Leonato. ¿Qué me decíais hace un momento, que vuestra sobrina
Beatriz está enamorada del signior Benedicto?
CLAUDIO.-¡Oh! ¡Es posible! (Aparte, a DON PEDRO.) Rondemos, rondemos; el

pájaro se posa. Jamás pude suponer que esa dama fuera capaz de amar a

hombre ninguno.
LEONATO.-No, ni yo tampoco. Pero lo más extraño es que haya puesto sus
ojos en Benedicto, a quien, a juzgar por las apariencias, siempre ha detestado.

BENEDICTO.-(Aparte.) ¿Será posible? ¿Soplará el viento de esa parte?

LEONATO.-Bajo mi palabra, señor, que no sé qué pensar de ello, sino que lo
adora con pasión frenética. Sobrepasa todo lo imaginable.
DON PEDRO.-Quizá no haga sino fingir.
CLAUDIO.-A fe que no fuera extraño.
LEONATO.-¡Oh Dios! ¡Fingir! Jamás una pasión fingida anduvo tan cerca de

una pasión real como la que ella descubre. DON PEDRO.-Bien; ¿y qué síntomas de pasión deja entrever? CLAUDIO.-(Aparte.) Cebad bien el anzuelo; el pez picará.
LEONATO.-¿Qué síntomas, señor? Se os contará... (A CLAUDIO.) Ya os habrá dicho mi hija cómo.
CLAUDIO.-Me lo ha dicho, en efecto.
DON PEDRO.-¿Cómo, cómo? Os ruego. Me asombráis. Hubiera creído su carácter invencible a todos los asaltos del amor.
LEONATO.-Así lo hubiera jurado, señor, especialmente contra Benedicto.
BENEDICTO.-(Aparte.) Juzgara todo esto una burla, a no ser ese anciano de barba blanca quien lo cuenta; la truhanería, a buen seguro, no se disimularía bajo tanta gravedad.
CLAUDIO.-(Aparte.) Ya ha mordido el anzuelo; no lo soltéis.
DON PEDRO.-¿Ha declarado su pasión a Benedicto?
LEONATO.-No, y jura que nunca lo hará; ése es su tormento.
CLAUDIO.-Así es, en verdad. He aquí cómo lo cuenta vuestra hija: «Tras haberle testimoniado tantas veces mi desdén -dice- ¿he de escribirle que le amo?».
LEONATO.-Esto lo repite siempre que comienza a escribirle, pues se levanta veinte veces durante la noche y se queda sentada en camisa hasta que ha escrito un pliego de papel. Mi hija nos lo cuenta todo.
CLAUDIO.-Ahora que habláis de pliegos de papel, recuerdo un chiste gracioso que nos contó vuestra hija.
LEONATO.

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