Página 23 de 57
DON PEDRO.-Como Héctor, os aseguro; y en dirimir contiendas podéis decir que es prudente, pues las evita con gran discreción o las acomete con temor cristianísimo.
LEONATO.-Si teme a Dios, necesariamente será pacífico; si quebranta la paz, debe entrar en la liza temeroso y temblando.
DON PEDRO.-Y así lo hace, pues el hombre teme a Dios, aunque no lo parezca por algunas bromas en que se complace. Bien, me duelo de vuestra sobrina. ¿Iremos en busca de Benedicto y le pondremos al corriente de este amor?
CLAUDIO.-No le hablemos de él jamás, señor; que ella lo sobrelleve con buen consejo.
LEONATO.-No, eso es imposible; primero se consumirá su corazón.
DON PEDRO.-Bien; vuestra hija nos informará de todo; en tanto, que el asunto vaya enfriándose. Yo quiero bien a Benedicto y me gustaría que modestamente se examinara a sí propio y viera hasta qué punto es indigno de dama tan perfecta.
LEONATO.-¿Vamos, señor? La comida estará ya a punto.
CLAUDIO.-(Aparte.) Si con esto no está perdidamente enamorado, nunca confiaré en mis esperanzas.
DON PEDRO.-(Aparte.) Tiéndase la misma red a Beatriz, y que se encargue de ello vuestra hija y su doncella. Lo jocoso será cuando cada uno esté convencido del amor del otro, y no haya tal. Es la escena que quisiera ver, que será simplemente una pantomima. Enviemos a llamarla a la mesa. (Salen DON PEDRO, CLAUDIO y LEONATO.)
BENEDICTO.-(Avanzando desde la enramada.) Esto no puede ser una burla. La conferencia se ha mantenido en serio. La verdad del asunto la conocen por Hero. Parecen compadecerse de la dama. Se diría que su pasión ha llegado al colmo. ¡Amarme! Bien. Eso hay que recompensarlo. He oído cómo me censuraban. Dicen que me henchiré de orgullo si me doy cuenta de que me adora. Dicen también que morirá antes de darme una señal de cariño. Nunca pensé en casarme. No debo parecer orgulloso. Felices aquellos que oyen la detracción de sus faltas y las saben enmendar. Dicen que la dama es bella. Nada más cierto; puedo atestiguarlo. Y virtuosa; efectivamente, no lo he de negar. Y discreta; menos en amarme. Por mi fe, que eso no agrega nada a su talento, empero tampoco es una prueba grande de su insensatez, por cuanto yo aspiro a amarla desesperadamente. Quizá sea objeto de pesadas pullas y sarcasmos por haber despotricado tanto tiempo contra el matrimonio.