Macbeth (William Shakespeare) Libros Clásicos

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Es un acto milagroso de este soberano
que a menudo le he visto realizar
desde que estoy en Inglaterra. Cómo le inspira el cielo
sólo él lo sabe: a enfermos con males pasmosos,
hinchados, llagados, de angustioso aspecto,
desesperanza de la medicina, los cura
colgándoles del cuello una medalla de oro
que les pone rezando. Se dice que al linaje
real que le suceda legará
su virtud curativa. A su insólito poder
se une el don celestial de la profecía,
y las diversas bendiciones que rodean su trono
que confirman su gracia divina.

Entra Ross.

MACDUFF
Mira quién viene.
MALCOLM
Un compatriota, mas no le reconozco.
MACDUFF
Mi muy noble pariente, bienvenido.
MALCOLM
Ahora le conozco. Que Dios quite pronto
las causas que nos cambian en extraños.
ROSS
Así sea.
MACDUFF
¿Está Escocia donde estaba?
ROSS
¡Ah, pobre patria! Apenas se conoce.
Ya no puede llamarse nuestra madre,
sino nuestra tumba, donde, salvo al ignorante,
a nadie se ve sonreír; donde no se oyen
los suspiros, ayes y gemidos que rasgan
el aire; donde el dolor más violento parece
un vulgar trastorno. Ya nadie pregunta por quién
tocan a muerto, y los hombres de bien
caen antes que la flor de su sombrero,
muriendo sin enfermar.
MACDUFF
Un relato muy elaborado, aunque muy cierto.
MALCOLM
¿Cuál es el último dolor?
Ross
El de hace una hora ya lo silban;
cada minuto engendra uno nuevo.
MACDUFF
¿Cómo está mi esposa?
ROSS
Pues bien.
MACDUFF
¿Y mis hijos?
ROSS
Bien también.
MACDUFF
¿No ha turbado su paz ese tirano?
ROSS
No, estaban en paz cuando los dejé.
MACDUFF
No escatimes las palabras. ¿Cómo va todo?
ROSS
Cuando venía para traer las nuevas
que llevo con pesar, corrió el rumor
de que se alzaban muchos hombres dignos,
lo que pude comprobar personalmente
al ver movilizadas las tropas del tirano.

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