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JULIETA
¿Quieres que hable mal del que es mi esposo?
¡Mi pobre señor! ¿Quién repara el daño
que ha hecho a tu nombre tu reciente esposa?
Mas, ¿por qué, infame, mataste a mi primo?
Porque el infame de mi primo te habría matado.
Atrás, necias lágrimas, volved a la fuente;
sed el tributo debido al dolor
y no, por error, una ofrenda a la dicha.
Mi esposo está vivo y Tebaldo iba a matarle;
Tebaldo ha muerto y habría matado a Romeo.
Si esto me consuela, ¿por qué estoy llorando?
Había otra palabra, peor que esa muerte,
que a mí me ha matado. Quisiera olvidarla,
mas, ay, la tengo grabada en la memoria
como el crimen en el alma del culpable.
«Tebaldo está muerto y Romeo, desterrado.»
Ese «desterrado», esa palabra
ha matado a diez mil Tebaldos. Su muerte
ya sería un gran dolor si ahí terminase.
Mas si este dolor quiere compañía
y ha de medirse con otros pesares,
¿por qué, cuando dijo «Tebaldo ha muerto»,
no añadió «tu padre», «tu madre», o los dos?
Mi luto hubiera sido natural.
Pero a esa muerte añadir por sorpresa
«Romeo, desterrado», pronunciar tal palabra
es matar a todos, padre, madre, Tebaldo,
Romeo, Julieta, todos. «¡Romeo, desterrado!»
No hay fin, ni límite, linde o medida
para la muerte que da esa palabra, ni palabras
que la expresen. Ama, ¿dónde están mis padres?
AMA
Llorando y penando sobre el cuerpo de Tebaldo.
¿Vas con ellos? Yo te llevo.
JULIETA
Cesará su llanto y seguirán fluyendo
mis lágrimas por la ausencia de Romeo.
Como yo, las pobres cuerdas se engañaron;
recógelas: Romeo está desterrado.
Para subir a mi lecho erais la ruta,
mas yo, virgen, he de morir virgen viuda.
Venid, pues. Ven, ama. Voy al lecho nupcial,
llévese la muerte mi virginidad.
AMA
Tú corre a tu cuarto. Te traeré a Romeo