Don Quijote de la Mancha (Miguel de Cervantes Saavedra) Libros Clásicos

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Sólo Sancho Panza pensaba que cuanto su amo
decía era verdad, sabiendo él quién era y habiéndole conocido desde su
nacimiento; y en lo que dudaba algo era en creer aquello de la linda
Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre ni tal princesa había llegado
jamás a su noticia, aunque vivía tan cerca del Toboso.
En estas pláticas iban, cuando vieron que, por la quiebra que dos altas
montañas hacían, bajaban hasta veinte pastores, todos con pellicos de negra
lana vestidos y coronados con guirnaldas, que, a lo que después pareció,
eran cuál de tejo y cuál de ciprés. Entre seis dellos traían unas andas,
cubiertas de mucha diversidad de flores y de ramos. Lo cual visto por uno
de los cabreros, dijo:
-Aquellos que allí vienen son los que traen el cuerpo de Grisóstomo, y el
pie de aquella montaña es el lugar donde él mandó que le enterrasen.
Por esto se dieron priesa a llegar, y fue a tiempo que ya los que venían
habían puesto las andas en el suelo; y cuatro dellos con agudos picos
estaban cavando la sepultura a un lado de una dura peña.
Recibiéronse los unos y los otros cortésmente; y luego don Quijote y los
que con él venían se pusieron a mirar las andas, y en ellas vieron cubierto
de flores un cuerpo muerto, vestido como pastor, de edad, al parecer, de
treinta años; y, aunque muerto, mostraba que vivo había sido de rostro
hermoso y de disposición gallarda. Alrededor dél tenía en las mesmas
andas algunos libros y muchos papeles, abiertos y cerrados. Y así los que
esto miraban, como los que abrían la sepultura, y todos los demás que allí
había, guardaban un maravilloso silencio, hasta que uno de los que al
muerto trujeron dijo a otro:
-Mirá bien, Ambrosio, si es éste el lugar que Grisóstomo dijo, ya que
queréis que tan puntualmente se cumpla lo que dejó mandado en su
testamento.
-Éste es -respondió Ambrosio-; que muchas veces en él me contó mi
desdichado amigo la historia de su desventura. Allí me dijo él que vio la
vez primera a aquella enemiga mortal del linaje humano, y allí fue también
donde la primera vez le declaró su pensamiento, tan honesto como enamorado,
y allí fue la última vez donde Marcela le acabó de desengañar y desdeñar,
de suerte que puso fin a la tragedia de su miserable vida. Y aquí, en
memoria de tantas desdichas, quiso él que le depositasen en las entrañas
del eterno olvido.
Y, volviéndose a don Quijote y a los caminantes, prosiguió diciendo:
-Ese cuerpo, señores, que con piadosos ojos estáis mirando, fue depositario
de un alma en quien el cielo puso infinita parte de sus riquezas.

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