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hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades?
Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que
tengo; que, tal cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni
escogella. Y, así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que
tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo
merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer
honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema
ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son
adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de
parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo
y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada
por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por sólo su
gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda?
»Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos.
Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos
arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis
pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los
que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los
deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo
ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos bien se puede decir que antes le
mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus
pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo
que, cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me
descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en
perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi
recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este
desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento,
¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le
entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor
intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido:
¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese
el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas
esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero
no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni