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otras alcanzó con no sé cuántas a Maritornes, la cual, sentida del dolor,
echando a rodar la honestidad, dio el retorno a Sancho con tantas que, a su
despecho, le quitó el sueño; el cual, viéndose tratar de aquella manera y
sin saber de quién, alzándose como pudo, se abrazó con Maritornes, y
comenzaron entre los dos la más reñida y graciosa escaramuza del mundo.
Viendo, pues, el arriero, a la lumbre del candil del ventero, cuál andaba
su dama, dejando a don Quijote, acudió a dalle el socorro necesario. Lo
mismo hizo el ventero, pero con intención diferente, porque fue a castigar
a la moza, creyendo sin duda que ella sola era la ocasión de toda aquella
armonía. Y así como suele decirse: el gato al rato, el rato a la cuerda, la
cuerda al palo, daba el arriero a Sancho, Sancho a la moza, la moza a él,
el ventero a la moza, y todos menudeaban con tanta priesa que no se daban
punto de reposo; y fue lo bueno que al ventero se le apagó el candil, y,
como quedaron ascuras, dábanse tan sin compasión todos a bulto que, a
doquiera que ponían la mano, no dejaban cosa sana.
Alojaba acaso aquella noche en la venta un cuadrillero de los que llaman de
la Santa Hermandad Vieja de Toledo, el cual, oyendo ansimesmo el estraño
estruendo de la pelea, asió de su media vara y de la caja de lata de sus
títulos, y entró ascuras en el aposento, diciendo:
-¡Ténganse a la justicia! ¡Ténganse a la Santa Hermandad!
Y el primero con quien topó fue con el apuñeado de don Quijote, que estaba
en su derribado lecho, tendido boca arriba, sin sentido alguno, y,
echándole a tiento mano a las barbas, no cesaba de decir:
-¡Favor a la justicia!
Pero, viendo que el que tenía asido no se bullía ni meneaba, se dio a
entender que estaba muerto, y que los que allí dentro estaban eran sus
matadores; y con esta sospecha reforzó la voz, diciendo:
-¡Ciérrese la puerta de la venta! ¡Miren no se vaya nadie, que han muerto
aquí a un hombre!
Esta voz sobresaltó a todos, y cada cual dejó la pendencia en el grado que
le tomó la voz. Retiróse el ventero a su aposento, el arriero a sus
enjalmas, la moza a su rancho; solos los desventurados don Quijote y Sancho
no se pudieron mover de donde estaban. Soltó en esto el cuadrillero la
barba de don Quijote, y salió a buscar luz para buscar y prender los
delincuentes; mas no la halló, porque el ventero, de industria, había
muerto la lámpara cuando se retiró a su estancia, y fuele forzoso acudir a