Don Quijote de la Mancha (Miguel de Cervantes Saavedra) Libros Clásicos

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a los parientes de Anselmo de su muerte, los cuales ya sabían su desgracia,
y el monesterio donde Camila estaba, casi en el término de acompañar a su
esposo en aquel forzoso viaje, no por las nuevas del muerto esposo, mas por
las que supo del ausente amigo. Dícese que, aunque se vio viuda, no quiso
salir del monesterio, ni, menos, hacer profesión de monja, hasta que, no de
allí a muchos días, le vinieron nuevas que Lotario había muerto en una
batalla que en aquel tiempo dio monsiur de Lautrec al Gran Capitán Gonzalo
Fernández de Córdoba en el reino de Nápoles, donde había ido a parar el
tarde arrepentido amigo; lo cual sabido por Camila, hizo profesión, y acabó
en breves días la vida a las rigurosas manos de tristezas y melancolías.
Éste fue el fin que tuvieron todos, nacido de un tan desatinado principio.»

-Bien -dijo el cura- me parece esta novela, pero no me puedo persuadir que
esto sea verdad; y si es fingido, fingió mal el autor, porque no se puede
imaginar que haya marido tan necio que quiera hacer tan costosa experiencia
como Anselmo. Si este caso se pusiera entre un galán y una dama, pudiérase
llevar, pero entre marido y mujer, algo tiene del imposible; y, en lo que
toca al modo de contarle, no me descontenta.





Capítulo XXXVI. Que trata de la brava y descomunal batalla que don Quijote
tuvo con unos cueros de vino tinto, con otros raros sucesos que en la venta
le sucedieron


Estando en esto, el ventero, que estaba a la puerta de la venta, dijo:

-Esta que viene es una hermosa tropa de huéspedes: si ellos paran aquí,
gaudeamus tenemos.

-¿Qué gente es? -dijo Cardenio.

-Cuatro hombres -respondió el ventero- vienen a caballo, a la jineta, con
lanzas y adargas, y todos con antifaces negros; y junto con ellos viene una
mujer vestida de blanco, en un sillón, ansimesmo cubierto el rostro, y
otros dos mozos de a pie.

-¿Vienen muy cerca? -preguntó el cura.

-Tan cerca -respondió el ventero-, que ya llegan.

Oyendo esto Dorotea, se cubrió el rostro, y Cardenio se entró en el
aposento de don Quijote; y casi no habían tenido lugar para esto, cuando
entraron en la venta todos los que el ventero había dicho; y, apeándose los
cuatro de a caballo, que de muy gentil talle y disposición eran, fueron a
apear a la mujer que en el sillón venía; y, tomándola uno dellos en sus
brazos, la sentó en una silla que estaba a la entrada del aposento donde
Cardenio se había escondido. En todo este tiempo, ni ella ni ellos se

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