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Pero ya volveremos a hablar de este muro.
Pues bien, precisamente es este hombre sencillo y espontáneo el que considero normal por excelencia, el hombre en que soñaba nuestra tierna madre naturaleza cuando nos puso amablemente sobre la tierra. Envidio a ese hombre. No niego que es tonto. Pero ¿qué saben ustedes de esto? Es posible que el hombre normal haya de ser tonto. Incluso es posible que sea hermoso. Y esta suposición me parece más justificada si observamos la antítesis del hombre normal, es decir, al hombre de conciencia refinada, al hombre salido no del seno de la naturaleza, sino de un alambique (esto es casi misticismo, señores, pero me siento inclinado hacia esta sospecha). Entonces vemos que este hombre alambicado se esfuma a veces ante su antítesis, hasta tal punto y cede tanto, que, a pesar de todo el refinamiento de su conciencia, llega a considerarse no más que como un ratoncito. Es quizás un ratoncito de extremada clarividencia, pero no por eso deja de ser un ratón y no un hombre, mientras que el otro es en verdad un hombre. En fin, lo peor es que él mismo se considera un ratón, ¡él mismo! Nadie pide que lo confiese. Es un detalle muy importante.
Veamos, pues, a este ratoncito en acción. También él se siente ofendido (esta sensación es casi continua) y pretende vengarse. Es posible que se acumule en él más rabia aún que en l´homme de la nature et de la vérité. El deseo cobarde y mezquino de devolver mal por mal a quien le insulta lo corroe, tal vez incluso más violentamente que a l´homme de la nature et de la vérité, porque éste, en su estupidez natural, considera su venganza como una acción perfectamente justa y, en cambio, el ratoncito no puede admitir la justicia de tal acto a causa de su superior clarividencia. Pero llegamos al fin al acto mismo, a la venganza. Además de la villanía inicial, el desgraciado ratón ha amasado en torno de él, en forma de dudas y vacilaciones, tantas nuevas villanías, ha añadido a la primera pregunta tantas otras sin respuesta posible, que, haga lo que haga, crea alrededor de su persona un fatídico lodazal, un pantano pestilente y cenagoso, formado por sus vacilaciones, sus sospechas, su inquietud y todos los salivazos que le arrojan los hombres de acción que le rodean, le juzgan, le aconsejan y se ríen de él a mandíbula batiente.