Memorias del subsuelo (Fedor Dostoiewski) Libros Clásicos

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Daban más valor a los diplomas que a la inteligencia. Tenían sólo dieciséis años, y ya ponían por encima de todo las sinecuras. Pero hay que pensar que a ello contribuían su estupidez y los malos ejemplos que los habían rodeado desde su infancia. Estaban monstruosamente corrompidos. Pero en ello había, evidentemente, algo externo, cierta afectación cínica, cuya lozanía juvenil se transparentaba a veces a través de su depravación. Sin embargo, incluso esta lozanía resultaba poco simpática, pues se manifestaba por medio de una especie de grosera sensualidad. Yo los odiaba, aún siendo quizá peor que ellos. y ellos me pagaban con la misma moneda, sin ni siquiera disimular la repugnancia que les inspiraba. Yo no pensaba en atraerme su amistad. Por el contrario, sólo deseaba humillarlos.
A fin de verme libre de sus burlas, me apliqué cuanto me fue posible, y así logré situarme entre los primeros. Esto los impresionó. Además, todos fueron advirtiendo poco a poco que yo había leído ya ciertos libros de los que ellos no sabían nada todavía, y que yo comprendía ciertas cosas (ajenas a nuestros cursos) completamente desconocidas para ellos. Lo comprobaban con una estupefacción irónica, pero aceptaban mi prestigio, y más aún al advertir que mis conocimientos habían atraído la atención de los profesores. Las burlas cesaron, pero la antipatía subsistió, y se establecieron entre nosotros relaciones de una frialdad oficial.
Al fin fui yo quien no pudo seguir resistiendo. Cuando tuve más años, sentía la necesidad de ir hacia los hombres, de tener amigos. Traté, pues, de aproximarme a algunos de mis compañeros. Pero había siempre cierta falsedad en nuestras relaciones, y éstas terminaban muy pronto. Sin embargo, llegué a tener un amigo. Pero yo era ya un déspota; pretendí dominar eternamente su espíritu, imbuirle el desprecio hacia quienes lo rodeaban; exigí de él que rompiese de modo definitivo, arrogante, con su medio ambiente. Mi amistad apasionada lo asustó. Lo trastorné hasta las lágrimas, hasta las convulsiones. Era un alma cándida y generosa. Y cuando se hubo entregado a mí por entero, lo detesté y lo rechacé. Fue como si sólo lo hubiese necesitado para apuntarme una victoria y adueñarme de su voluntad. Pero yo no podía vencerlos a todos. Mi amigo tampoco se parecía a ninguno de ellos: era una excepción.
Cuando terminé mis estudios, me apresuré a renunciar a la carrera especial a que me habían destinado, a fin de romper todos los lazos con el pasado, poder maldecirlo y cubrirlo de ceniza.

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