Misas herejes (Evaristo Carriego) Libros Clásicos

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Cuando la pulsan toscas manos brutales, ella tiene temores de sensitiva, como bajo opresiones espirituales insinúa caprichos de novia esquiva.
-Melodiosos mensajes de las constancias-se mecen las memorias en sus cadencias, y desde el infinito de las distancias vienen los «no me olvides» a las ausencias.
Ofrenda generosa de un dulce instante que llenase la caja de ritmos ledos, en las cuerdas sonoras puso una amante el beso, que, aun borrado, quema los dedos.
Calandrias fugitivas que van pasando, de tiempos de leyenda vivo trasunto, por ella todavía cruzan vagando los derroches de ingenio del contrapunto.
Modulando responsos conmovedores, en la exaltación honda de su noble estro, dice las odiseas de payadores que murieron cantando como el Maestro.

En las manos del majo su gracia encela el alma de las chulas -sangre bravía-y, en su carmen de amores, vino y canela, ¡revientan los claveles de Andalucía!
Castañuelas, jaleos, ricos mantones, manolas, bizarrías, rosas bordadas... ¡Se perfuman las sedas de sus canciones en el patio de aromas de las Granadas!
Corona los aplausos que le merecen las ágiles hazañas de los toreros, o sobre algún sombrío cuento aparecen evocadas visiones de bandoleros.
Vive en los Escoriales de los blasones, o en las Trianas flamencas de las Sevillas, ¡y ya es una marquesa de áureos salones, ya la pobre muchacha de las bohardillas!
Por eso, luce orgullos de aristocracia en la altivez de regios rasos triunfales, como también se llena de humilde gracia en la coquetería de los percales.
A sus cálidos ritmos, de suaves tonos, en su hamaca de nervios y fantasía, mecen provocadoras sus abandonos las seis líricas damas de la Harmonía.

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