Peter Pan (J.M. Barrie) Libros Clásicos

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En la escuela de la señorita Fulsom hay una habitación en el bajo donde esperan las niñeras. Ellas se sentaban en los bancos, mientras que Nana se echaba en el suelo, pero ésa era la única diferencia. Ellas hacían como si no la vieran, pues pensaban que pertenecía a una clase social inferior a la suya y ella despreciaba su charla superficial. Le molestaba que las amistades de la señora Darling visitaran el cuarto de los niños, pero si llegaban, primero le quitaba rápidamente a Michael el delantal y le ponía el de bordados azules, le arreglaba a Wendy la ropa y le alisaba el pelo a John.
Ninguna guardería podría haber funcionado con mayor corrección y el señor Darling lo sabía, pero a veces se preguntaba inquieto si los vecinos hacían comentarios.
Tenía que tener en cuenta su posición social.
Nana también le causaba otro tipo de preocupación. A veces tenía la sensación de que ella no lo admiraba.
-Sé que te admira horrores, George -le aseguraba la señora Darling y luego les hacía señas a los niños para que fueran especialmente cariñosos con su padre. Entonces se organizaban unos alegres bailes, en los que a veces se permitía que participara Liza, la única otra sirvienta. Parecía una pizca con su larga falda y la cofia de doncella, aunque, cuando la contrataron, había jurado que ya no volvería a cumplir los diez años. ¡Qué alegres eran aquellos juegos! Y la más alegre de todos era la señora Darling, que brincaba con tanta animación que lo único que se veía de ella era el beso y si en ese momento uno se hubiera lanzado sobre ella podría haberlo conseguido. Nunca hubo familia más sencilla y feliz hasta que llegó Peter Pan.

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