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-No se trata de eso -contestó él-. Se trata de que en mi vaso hay más que en la cuchara de Michael.
Su orgulloso corazón estaba a punto de estallar.
-Y eso no es justo; lo diría aunque estuviera a punto de dar mi último suspiro: eso no es justo.
-Papá, estoy esperando -dijo Michael con frialdad.
-Me parece muy bien que digas que estás esperando; yo también estoy esperando.
-Papá es un cobardica.
-Tú sí que eres un cobardica.
-Yo no tengo miedo.
-Tampoco tengo miedo yo.
-Pues entonces tómatela.
-Pues entonces tómatela tú. Wendy tuvo una espléndida idea.
-¿Por qué no os la tomáis los dos a la vez?
-Claro -dijo el señor Darling-. ¿Estás preparado, Michael?
Wendy contó uno, dos, tres y Michael se tomó la medicina, pero el señor Darling se puso la suya detrás de la espalda.
Michael soltó un aullido de rabia y Wendy exclamó:
-¡Oh, papá!
-¿Qué quieres decir con eso de «Oh, papá»? -inquirió el señor Darling-. Deja de gritar, Michael. Me la iba a tomar, pero... fallé.
Era espantoso cómo lo miraban los tres, como si no lo admiraran.
-Escuchad todos -dijo en tono de súplica, tan pronto como Nana se hubo metido en el cuarto de baño-, se me acaba de ocurrir una broma estupenda. Pondré mi medicina en el tazón de Nana y se la beberá, creyendo que es leche.
Era del color de la leche, pero los niños no tenían el sentido del humor de su padre y lo miraron con reproche mientras vertía la medicina en el tazón de Nana.
-Qué divertido -dijo no muy convencido y ellos no se atrevieron a delatarlo cuando regresaron Nana y la señora Darling.