Peter Pan (J.M. Barrie) Libros Clásicos

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Es el beso que le di. Le ha salvado la vida.
-Yo me acuerdo de los besos -interrumpió Presuntuoso rápidamente-, déjame verlo. Sí, eso es un beso.
Peter no lo oyó. Estaba rogándole a Wendy que se pusiera bien deprisa, para poder enseñarle las sirenas. Por supuesto, ella no podía contestar aún, pues seguía totalmente desmayada, pero por encima se oyó un lamento.
-Escuchad a Campanilla -dijo Rizos-, está llorando porque la Wendy está viva.
Entonces tuvieron que contarle a Peter el crimen de Campanilla y casi nunca lo habían visto con un aspecto tan serio. -Escucha, Campanilla -gritó-, ya no soy tu amigo. Aléjate de mí para siempre.
Ella se posó en su hombro y suplicó, pero él la apartó de un manotazo. Hasta que Wendy no volvió a alzar el brazo no se ablandó lo suficiente como para decir:
-Bueno, para siempre no, pero sí una semana entera. ¿Creéis que Campanilla estaba agradecida a Wendy por levantar el brazo? Claro que no, jamás tuvo tantas ganas de pellizcarla. Las hadas son realmente extrañas y Peter, que era quien mejor las conocía, las golpeaba con frecuencia.
¿Pero qué hacer con Wendy en su delicado estado de salud?
-Bajémosla a la casa -propuso Rizos.
-Sí -dijo Presuntuoso-, eso es lo que se hace con las damas.
-No, no -dijo Peter-, no hay que tocarla. No sería lo bastante respetuoso.
-Eso -dijo Presuntuoso- es lo que yo pensaba.
-Pero si se queda ahí tumbada -dijo Lelo-, se morirá. -Sí, se morirá -admitió Presuntuoso-, pero no se puede hacer otra cosa.
-Sí, sí se puede -exclamó Peter-. Construyamos una casita a su alrededor.
Todos quedaron encantados.
-Deprisa -les ordenó-, que cada uno me traiga lo mejor de lo que tenemos.

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